—Los antaam controlarán Antiva. Y Treviso aprenderá a ponerse de rodillas.
Era una voz controlada, no calmada. Un barítono respaldado por grava, experto en gritar a sus subordinados. Ahora resonaba en los tejados a través de una proyección mágica, dispositivos dejados por imperios que se retiraron hace mucho tiempo. Un zumbido de ocupación cotidiano y omnipresente. Tanto el oprimido como el opresor se sentían decepcionados por su facilidad.
—Tengo la mano en alto, Treviso. Pero no hay necesidad de cerrar el puño. Obedeced.
—¡Solo piensa en sí mismo! Neri de Acutis, ingenioso y de pelo plateado, corrió la voz por los tejados. Saltó por el hueco de un callejón y giró rápidamente en cuanto aterrizó, cogiendo su bastón de ébano de entre los ladrillos de arcilla de una chimenea. Una demostración telegrafiada por la heráldica bordada en sus cueros. Era un viejo Cuervo antivano, descendiente de los más antiguos. —¡El Carnicero se burla de la nación, pero aquí estamos, engrasando su posición!
—Mira por dónde vas, Neri —dijo su hermana Noa con una sonrisa mientras lo alcanzaba. Ella era igual de ingeniosa, con el mismo cabello plateado y, por su tono, no estaba impresionada. —No vamos a engrasar nada si caes en sus manos. Su advertencia quedó marcada por el estrépito que sonaba debajo, mientras media docena de hombros se abrían paso a través de un callejón con barricadas. —Son rápidos para el tamaño que tienen.
—No tan rápidos —sonrió Neri. —Por eso hay tiempo para el estilo.
—¡Kithtaam! —un antaam, de piel cenicienta y grande incluso para sus estándares, entró en el estrecho callejón. Sus cuernos eran casi tan anchos como el pasillo, tenían las puntas pintadas de blanco y rojo y eran venenosos al tacto. Los dos Cuervos lo reconocieron: Kaathrata el Azote, conocido por su brutalidad desde la toma de la ciudad. Detenidos tras su orden, el resto de los antaam se encogieron a su paso. Estaba claro que su rango no era lo único que temían. —¡Están corriendo por encima, imbéciles! ¡Seguid el ritmo u os arrancaré la piel de la espalda!
Neri chasqueó la lengua. —No me extraña que el Carnicero sea cruel, viendo cómo tratan los tenientes a sus subordinados.
—Los caudillos gobiernan con el miedo —dijo Noa. —Sabemos cómo responder. ¡Vamos! Cuando saltó hacia el siguiente tejado, tiró una teja suelta que se estrelló a los pies de los antaam.
—¡Allí! —dijo Kaathrata con desprecio y con la mirada clavada en las sombras que revoloteaban hacia el centro de la ciudad. Mientras los perseguía, daba órdenes. —¡Reunid a un batallón a mi espalda! ¡Veréis cómo persigo a mi presa!
Otra orden desganada llenó el ambiente. —Vuestra obediencia será recompensada, Treviso. Podemos lideraros o aplastaros.
—Parece que Kaathrata disfruta con esto —dijo Neri, decepcionado. —Un villano que actúa como tal es más útil.
—Se nos acaban los tejados —dijo Noa, sin seguirle el juego. Habían llegado al final de las apretadas mansiones del centro de Treviso, sin más tejas sobre las que ir saltando. Más adelante estaba la empinada caída hacia los canales y puentes que bordeaban el mercado principal, una gran plaza comunal normalmente llena de comerciantes de todo Antiva. Durante la ocupación de los antaam había muchos menos, y a estas horas estaba vacía.
—Nuestro amigo nos pisa los talones —dijo Neri. —Toca volar.
En el borde del tejado había un robusto poste de madera marcado con tinta negra: la silueta de un cuervo con las alas extendidas. No era fácil distinguirla si no sabías cómo buscarla, pero era muy útil si lo conseguías. Anclado a la parte superior del poste había un fino cable que continuaba hacia el ocaso, inclinado hacia uno de los puentes de abajo.
Neri se sacó una correa de cuero del brazo y la puso alrededor de la línea. —¿Preparada?
—Siempre —dijo Noa, agarrando su cintura.
Pegaron una patada contra el poste, pegando un salto y deslizándose por el cable. Su peso combinado hizo que el descenso fuese rápido. Cruzaron el hueco que separaba la mansión y el puente de piedra mucho antes que los antaam, pero aterrizaron con fuerza. Noa se agachó mientras a Neri le costaba enderezarse apoyado en su bastón.
—Mis rodillas no son lo que eran —dijo con una mueca.
—Se dice "viejo".
—Soy dos años más pequeño que tú.
—No lo decía por la edad.
—Compórtate, Treviso, y obtendrás recompensas. Queréis que sea generoso.
—Bueno —dijo Noa, levantando a su hermano—, ¿les mostramos cómo nos comportamos? Neri asintió, y cruzaron rápidamente el puente.
Pero, a medida que pasaban el ornamentado rastrillo al final del mercado, él se tropezó y cayó de rodillas. Noa le cogió del brazo, pero no encontró agarre. De repente parecían indefensos, como si no solo los antaam, sino todos sus años, los hubieran atrapado.
Kaathrata llegó al extremo abierto del puente y lanzó una mirada asesina a los dos Cuervos. Con una sonrisa, dijo a sus hombres que se detuvieran, llevándose el martillo de guerra al hombro y resaltando su peso. —¿Os habéis cansado? —dijo. —O tal vez se os ha acabado el tiempo, como a vuestra ciudad. Y, pronto, a todo el mundo. Después, miró hacia atrás, como para asegurarse de que sus subordinados estaban atentos, y empezó a cargar a través del puente. Se rio y levantó su martillo.
Neri y Noa observaban desde su lado del rastrillo. Un rastrillo marcado con tinta negra, con la pequeña silueta de un cuervo con las alas extendidas. No era fácil distinguirla si no sabías cómo buscarla, pero era muy útil si lo conseguías. Tampoco era fácil ver los dos cables enrollados que había en el suelo que tenían delante, del mismo tipo que había soportado su peso poco antes. Pero los extremos de estos cables no estaban bien anclados a un tejado. Llegaban a lo más alto del rastrillo y se enrollaban entre los engranajes.
Noa contó los pasos de Kaathrata, midiendo su velocidad, y, en cuanto el antaam cruzó el rastrillo, pateó la palanca que lo mantenía arriba. Fue prácticamente perfecto. Al caer la puerta de hierro, arrastró los cables con ella, levantándolos del suelo. Uno atrapó el brazo derecho de Kaathrata, obligándolo a echar el martillo hacia atrás. El segundo se enroscó en su torso inferior. Hubo un momento sorprendentemente tranquilo mientras se detenía la carga de Kaathrata. Un instante de silencio antes de que gritase, permitiendo que el sonido hueco de su hueso cediendo inundase los canales. El Azote fue azotado.
Kaathrata jadeó. El aire salió forzosamente de sus pulmones mientras él se estrellaba contra la puerta que caía. Sus hombres salieron corriendo hacia el otro lado, puesto que el camino había quedado bloqueado por el rastrillo y su propio líder. —¡Levantadlo! —gritó. —Sujetadla...
Los cables se tensaron, lo cortaron, se hundieron en sus costillas y amenazaron con levantarlo de los pies con un brazo torcido hacia atrás. Varias manos agarraron a la puerta y lograron impedir que cayese por completo. Con un rápido movimiento, los hombres del Azote la levantaron hasta la altura del pecho y su líder pudo posar los pies, aunque seguía atado.
Neri se puso de pie y alisó el cuero del brazo del que se había agarrado Noa de forma dramática.
Kaathrata los miró. —Mentira —dijo con desprecio. —Los Cuervos son unos mentirosos.
—Artistas —le corrigió Noa. —Es diferente.
—Así que me habéis atrapado —dijo el Azote. —¿Qué creéis que conseguiréis con esto? El Carnicero Daathrata se ha adueñado de la ciudad. Y cada kithtaam está encabezado por alguien tan fuerte como yo. Y, pronto, más fuerte. Se reía entre dientes, como si el desafío no fuese más que una broma. Más de sus hombres se reunieron al otro lado del puente, varias docenas cerca de la puerta, listos para levantarla del todo. —Quien haya puesto mi nombre en vuestro contrato de asesinato os ha encargado una tontería.
—¿Tú? —dijo Neri, ladeando la cabeza. —Tú no eres el contrato.
Una explosión resonó por toda la ciudad. No se veía, no había sido cerca. Había sido en la puerta en la que se habían acuartelado los antaam. Donde estaba acuartelado Kaathrata el Azote.
—Tú eres la distracción —sentenció Noa.
Esa voz lejana regresó al aire, pero ahora parecía tener un propósito. Emocionada, incluso. —¡Antaam! ¡Los Cuervos muestran las garras! ¡Volved para expulsarlos! ¡A mi señal!
Los antaam que corrían hacia el puente se detuvieron, confusos. Parecían no tener muy claro a quién obedecer: a su lejano caudillo o a su lugarteniente.
—Anda, vamos —dijo Neri, moviendo la mano despreocupadamente. —¡Ya habéis oído al Carnicero!
—Y ya habéis oído a Kaathrata —añadió Noa. —Hay otros tan fuertes como él. ¡Y no son el Azote!
Sus palabras provocaron una conmoción entre los antaam. Una liberación. Mandaba gracias al miedo, y ahora era historia. El antaam que lo seguía en rango, el que probablemente iba a asumir el mando, indicó al resto que diese la vuelta y lo siguiera. Los que soportaban el rastrillo fueron los últimos en irse. Miraron a los Cuervos, a su líder atrapado, y soltaron el agarre para unirse a sus congéneres.
—¡Cobardes! ¡Traidores! —bramó Kaathrata. —Acabaréis todos desolla...
El pesado acero cayó, seguido del martillo de Kaathrata, puesto que su brazo ya no era capaz de agarrarlo. Fue arrastrado hasta estamparlo contra la abertura que permitía que los cables entraran en los engranajes del rastrillo. Tiró de los engranajes, pero los cables cada vez le cortaban más la respiración. Poco a poco, inevitablemente, la puerta llegó abajo. Y Kaathrata el Azote llegó a una altura en la que los Cuervos podían picotearle ojos.
Y, por la mañana, los pájaros harían lo propio.
***
Era un día soleado, el mercado estaba hasta arriba y en la cantina solo se hablaba de los acontecimientos de la noche anterior.
—¿Os habéis enterado?
—¿Habéis visto...?
—¡Siguen ahí fuera!
—¡Aún luchan por nosotros!
Neri y Noa de Acutis dieron un sorbo a su ammazzacaffè y se dejaron bañar por la emoción de los trevisanos reunidos.
—¿Tú sabes quién firmó el contrato? —preguntó Noa.
—No —dijo Neri. —Otro Cuervo, o un amigo. Alguien a quien se le da mejor escalar paredes. Acarició su bastón y empezó a beber. —Esto es para jóvenes.
—El Carnicero ha reanudado su discurso diario —dijo Noa, removiendo una alarmante cantidad de azúcar en la bebida. —Pero lo hemos obligado a hacer una pausa. La mitad de sus extrañas armas acabaron en llamas.
—Las sustituirá, pero no sin esfuerzo. Neri se sentó pensativamente. —Si debilitamos la ocupación, si la arrinconamos, cuando el nombre del Carnicero al fin esté en el contrato, nadie querrá ocupar su lugar.
—Qué lástima —dijo Noa, sonriendo mientras bebía. —Me encantaría matar a unos cuantos aspirantes.
Neri le devolvió la sonrisa. —De acuerdo. Pero, hasta entonces, elaboraremos nuestro mensaje para responder a los suyos. Levantó su copa. —Los Cuervos dominan Antiva.
Noa respondió con el mismo gesto. —Y Treviso será libre.