• Comprar ahora
    CUENTA HASTA TRES Un relato corto de STAR WARS™: Squadrons escrito por Joanna Berry.

       

    Respira.

    Recuerdas cómo hacerlo, tú mismo te enseñaste cuando te reconstruyeron por primera vez. Inspira contando hasta tres, mantén, espira contando hasta tres, mantén. Vuelta a empezar.

    Recuerda la rutina. Recuerda aceptar el dolor en el cuello, en el pecho y en los brazos. Es señal de que sigues con vida... por ahora.

    Pero solo mientras dure la rutina. Así que cuenta, y respira, o muere...

    #

    Shen recuperó la consciencia tumbado bocarriba. Las luces de emergencia pintaban las paredes a su alrededor de un rojo brillante y un negro absoluto, una y otra vez. No había sonido alguno. La explosión le había lanzado contra una pared con fuerza suficiente como para abollarla; el casco de Shen, que normalmente era sus ojos y oídos, debía haber sufrido daños.

    Respira. Oriéntate.

    ¿Qué ha ocurrido?

    Los recuerdos empezaron a volver poco a poco. Iba a bordo del portanaves imperial clase Fuego de Quasar llamado Diligencia. Le habían asignado temporalmente a una misión de reconocimiento rutinaria como avanzadilla del Escuadrón Titán. Shen recordaba haber vuelto de la cocina tras el desayuno. Había pasado junto a dos pilotos de TIE jóvenes que estaban cuchicheando en el pasillo. Se habían callado cuando Shen pasó a su lado, reanudando con fuerzas renovadas la conversación en cuanto se hubo alejado.

    Lo último que recordaba era la alerta de proximidad de misil.

    Ahora, cerca de él, yacían muertos los dos pilotos, hilos de sangre brotando de las orejas y la nariz. Aquello no le sorprendió. Se había producido lo suficientemente cerca como para matar a un hombre ordinario del propio impacto.

    Pero Shen no era un hombre ordinario. No del todo; no tras haber sido reconstruido tan a fondo y con tanta frecuencia. La mayoría de pilotos de TIE no sobrevivían a su primer choque. Shen había sobrevivido a todos, pero había pagado el precio por ello.

    Se incorporó, notando cómo volvían a activarse los servos cibernéticos del cuello que se rompió ya hace tiempo, ajustándose a través de los canales del casco. No sentía dolor, se había entrenado para ignorarlo, aunque sí notaba una extraña tensión, algo molesta, en el pecho.

    «Me hago viejo», se dijo, pero la gracieta no ayudó.

    La estática le inundó el casco y, entonces, el resto del mundo volvió de golpe. Una alarma estridente. Los quejidos de las vigas de acero. El lento siseo de su respiración siguiendo la rutina familiar: tres, mantén, tres, mantén... Entonces, mientras cambiaba al canal local del Escuadrón Titán, escuchó a alguien maldecir a voces y con cierta creatividad.

    «... maldito chupahutts, esnifanerfs, pedazo de... ¡Venga!».

    «Vonreg», dijo Shen.

    Escuchó varios roces y luego: «¿Shen? Has sobrevivido... bueno, no sé de qué me sorprendo. ¿Qué ha pasado?».

    «Un ataque con misiles».

    Vonreg rechinó con fuerza los dientes. «¿Aquí? ¡Se supone que este sistema es seguro!».

    «Ya».

    «Tenemos que llegar al puente cuanto antes. Estoy cerca, pero la puerta al acceso central está atascada». Se escuchó el golpe sordo de una pesada bota de combate golpeando una puerta.

    Shen se incorporó y, justo cuando iba a responder, un temblor atravesó la chapa de la cubierta. Sus implantes cibernéticos le transmitieron el temblor con todo lujo de detalles y, por experiencia, supo exactamente lo que estaba a punto de ocurrir.

    «No hay tiempo», dijo. «La nave está acabada».

    «¿Cómo?».

    «La nave está acabada. Tenemos que irnos».

    Vonreg nunca ponía en duda los instintos de Shen. «Vale, pero parece que hemos perdido los hangares de estribor. Podemos olvidarnos de los cazas TIE».

    «Pues vamos a por el segador. He visto uno en el hangar de babor».

    Se escuchó un pitido. «Vale... parece que el de babor sigue intacto. Solo tengo que conseguir abrir esta compuerta...».

    «Voy para allá», le dijo Shen.

    #

    El interior del Diligencia era una auténtica pesadilla de conductos chispeantes, humo eléctrico, gritos de heridos y oficiales bramando órdenes. Shen atravesó el caos todo lo rápido que pudo, como si se tratara de un mal sueño; aun así, no se le antojó suficientemente rápido. Tan solo se detuvo para golpear la alarma de evacuación de cubierta. Las destellantes luces rojas pasaron a un parpadeo amarillo veloz, y las luces de evacuación del suelo se encendieron, señalando el camino a las cápsulas de escape.

    Shen las ignoró. Sabía a dónde iba.

    El problema iba a ser la compuerta al acceso central. Le había caído una viga encima, hundiéndola en el sitio. Al otro lado, Shen escuchó a alguien gruñendo de frustración, cual nexu enjaulado. «¿Vonreg?».

    «¡Estoy aquí!».

    Shen colocó el hombro bajo la viga, comprobó su peso, y la apartó con facilidad, aunque aquello hizo empeorar claramente la extraña tensión que sentía en el pecho.

    «¿Desbloqueo manual?», preguntó.

    «Ya he probado. No funciona».

    Shen estudió la compuerta y se agachó, introduciendo los dedos en los asideros del borde. «La levantaremos. A la de tres».

    «Vale. Una, dos...».

    Cuando Vonreg dijo «tres», Shen tiró con fuerza. La puerta chirrío con el roce, agravando todavía más la tensión que sentía en el pecho, pero Shen la ignoró, consagrando sus dos metros de músculos, sistemas cibernéticos y terquedad a levantarla. Una delgada figura, con un uniforme de piloto de TIE, atravesó el hueco; en cuanto hubo cruzado, Shen soltó la puerta, que provocó un fuerte ruido sordo.

    «Buen trabajo», dijo Havina Vonreg, incorporándose y quitándose el polvo enérgicamente. Físicamente, debía de ser la mitad de Shen; compacta, como un detonador térmico. Una cicatriz le atravesaba el pelo medio rapado. «Deberíamos... ¿Qué diantres?»,

    dijo mientras señalaba algo. Shen miró hacia abajo. Llevaba ocho centímetros de duracero serrado atravesados bajo la clavícula. Un trozo de los restos debió atravesar su armadura con la explosión. Eso explicaba la tensión: la sombra del dolor que no sentía.

    «Olvídalo», dijo. «Evacuemos primero».

    Vonreg miró la barra con preocupación, pero agitó la cabeza. «Te sigo».

    El hangar de babor estaba intacto, pero hecho un desastre. Los misiles habían soltado los cazas TIE de sus soportes de carga, convirtiéndolos en amasijos humeantes esparcidos por la cubierta. El segador TIE, de perfil liso y suficientemente grande como para transportar a un comando entero, estaba a un lado. Probablemente estuviera en la cubierta por tareas de mantenimiento. El ala de un TIE le había caído encima, pero por lo demás parecía intacto.

    Mientras corrían hacia él, Shen notó otro temblor atravesar la cubierta. Era peor que el anterior. No había tiempo para buscar supervivientes.

    «Vonreg, date prisa», le dijo.

    Vonreg tan solo se paró a coger un casco de una repisa medio derruida. «Te sigo. ¿Cómo de malo va a ser?».

    «Catastrófico». Shen llegó al segador, desconectó la alimentación de combustible, y bajó la rampa. Vonreg entró corriendo; él la siguió y se abrochó el cinturón en el asiento del piloto, pasando la inspección prevuelo lo más rápido posible. Vonreg se sentó en el asiento del copiloto y se abrochó el cinturón. «Lista».

    «Agárrate», advirtió Shen.

    Estaba acostumbrado a compensar la carga asimétrica de los bombarderos TIE. Este segador estaba diseñado para el despliegue rápido de tropas; despegó en un instante, liberándose del ala del TIE que casi lo había inmovilizado, y salió disparado del hangar, atravesando el escudo magnético.

    El segador continuó hasta llegar a una distancia segura, atravesando una nube de escombros que hizo sisear sus escudos. Pronto, a lo lejos, el Diligencia se convirtió en una punta de lanza ancha y gris, abrasada por los misiles, su cara estribor restallando con electricidad. Unas motas diminutas se alejaban de ella: cápsulas de escape, u otros TIE, evacuando.

    Vonreg se incorporó en su asiento, apretando los puños enguantados contra los reposabrazos. «Fíjate»,

    Shen empezó a contar en voz baja.

    «¡Y dijeron que Nuvar era un sistema seguro! ¿A qué ha estado jugando Inteligencia desde Endor? ¿Al zinbiddle? Cuando la capitana Kerrill se entere de esto...».

    ¡Zuuuuu-uuum!

    Una cegadora luz azul se expandió frente a ellos. Vonreg se cubrió los ojos; Shen dejó que su casco lo compensara. Cuando la luz desapareció, vieron al Diligencia partido en tres pedazos separándose lentamente. Varias secciones del casco en llamas empezaron a despegarse.

    «Sobrecarga del reactor», explicó Shen.

    «Había doscientas personas en ese portanaves», añadió Vonreg. Su rostro pálido era pura ira.

    Empezó a trabajar en su consola. Shen se quedó mirando arder al Diligencia, pilotando el segador con suavidad. Desde Endor, había visto demasiadas naves caer.

    «Allí», dijo Vonreg. Abrió una carta del sistema Nuvar. La trayectoria calculada llevaba a la luna del segundo planeta. «Parece que los misiles provenían de una estación defensiva orbital, justo aquí. De una estación imperial».

    Shen se inclinó hacia delante. «¿Nuestra?».

    «Eso dicen los registros. Al parecer, la capturamos de las fuerzas rebeldes... o de la Nueva República, como se llamen ahora, hace dos meses».

    «Mmm».

    «¿Verdad? ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué iba nuestra propia estación a derribar al Diligencia?».

    Vonreg se quedó mirando a las estrellas. «Tenemos que encargarnos de esto. Ir a la estación, entrar, y averiguar qué ha pasado. Podría haber sido un sabotaje rebelde, o algún polizón, o...».

    «Hay supervivientes», Shen señaló con la cabeza hacia los restos, y los destellos de las cápsulas de escape alejándose de ellos.

    «¿Y cuánto tiempo sobrevivirán si esa estación vuelve a lanzar misiles?», le preguntó Vonreg. «Por no mencionar al resto del Escuadrón Titán. Si saltan a esta posición, serán presa de una emboscada con otra salva de misiles... perderíamos a más gente que en Var-Shaa». Ella cerró el puño. «No. Los supervivientes pueden esperar mientras lidiamos con ello».

    «No somos un comando».

    Vonreg se volvió para gritarle. «Mis hermanos murieron en un ataque como este», le espetó. «Una salva de torpedos rebeldes, y la mitad de mi familia desapareció, ¡así, sin más!», dijo con un chasquido de dedos. «Al infierno con los protocolos de misión. ¡Abriré la estación con mis propias manos antes de perder a un piloto más así!». Vonreg le miró con determinación. «¿Eres mi compañero o no?».

    Shen la miró con atención. Estaba acostumbrado su pasión y furia en combate, pero esto era distinto. «Vale».

    «"¿Vale?"».

    «Vale. Me apunto».

    Vonreg se calmó, pero su rostro no cambió de expresión. «Bueno, está bien. Me alegro de oírlo».

    Se le escapó la mirada al pecho de Shen, de donde todavía sobresalía la esquirla de duracero. «Pero, antes, tenemos que ocuparnos de eso».

    Shen se encogió de hombros. «Haría falta una enfermería... o un mecánico. Puede esperar».

    Vonreg sacudió la cabeza, se levantó, fue al compartimento de tropas del segador, y volvió con un medipac. «Al menos tómate unos antibióticos, haz el favor».

    Se intercambiaron los asientos, y Shen se inyectó metódicamente los tres estimulantes del medipac y se limpió buena parte de la sangre mientras Vonreg cambiaba el rumbo del segador. Miraba continuamente hacia él.

    «Da la impresión de que no te duele», comentó.

    «No me duele».

    «Venga ya. ¿Cómo no te va a doler?».

    «Cuestión de práctica». Shen de deshizo de los estimulantes usados y accedió a los controles del copiloto. Ya sentía sus sistemas, tanto los orgánicos como los demás, recuperando el equilibrio.

    Vonreg resopló. «Tenemos eso en común. Menos sentir... y más luchar. Probablemente por eso nos entendemos».

    Shen comprobó la trayectoria y velocidad del segador.

    Pasado un rato, Vonreg confesó: «Mi hermano pequeño, Hedrian... no murió directamente por los torpedos rebeldes. Consiguió volver al hangar, lo que quedaba de él, antes de que...», sus manos se movían por los controles con una minuciosidad producto de la experiencia, pero sus ojos estaban fijos más allá, en algún horror entre sus recuerdos. «Fue un final terrible. En el Diligencia, muchos más, demasiados, habrán acabado igual».

    Shen dijo simplemente: «Pero tú no lo sientes».

    Viajaron un buen trecho en silencio, antes de que Vonreg contestara. «Si eres de naturaleza sensible, solo puedes llegar hasta cierto punto antes de sobrecargarte... Y, cuando eso ocurre, si quieres seguir adelante, tienes que encontrar cualquier cosa, aunque solo sea un objetivo. Lo que haga falta para seguir adelante. El resto no debe ser más que ruido... para sobrevivir».

    Vonreg le miró por encima del hombro. «Si le cuentas a alguien que he dicho eso...».

    «¿Por qué iba a hacer eso?».

    «Ya». Se enderezó. «Arreglemos esto».

    Shen asintió.

    * * *

    Estaban más cerca de la estación, una pequeña sombra gris sobre la silueta de la luna rosada, cuando sonó una alerta. Pronto se convirtió en un pitido creciente que ambos reconocieron de inmediato.

    «La estación está fijándonos», dijo Shen, e inició una maniobra evasiva con el segador.

    El gesto de Vonreg se agrió al comprobar los sistemas armamentísticos del segador. «El ataque debió interrumpir el mantenimiento; esta barcaza no lleva contramedidas de ningún tipo. Solo tenemos los cañones láser».

    «¿Te encargas tú?».

    Vonreg estudió los sensores. Shen esperó; sabía que era una artillera excelente. La alerta volvió a pitar, esta vez tornándose en alarma. Misil fijándose.

    «Sí», Vonreg miró hacia arriba. «Yo me encargo. Siempre que me consigas el disparo. Acércanos rápido para confundir su apuntado, y necesitaré que te inclines a estribor».

    «Tú dime cuándo».

    Shen puso rumbo directo a la estación y aceleró. Los sistemas de su casco empezaron a discernir el misil que se dirigía hacia ellos, esbozando una suave línea entre las estrellas. Vonreg tenía los ojos clavados en los sensores, y el pulgar preparado sobre el gatillo.

    Ahora, a cincuenta klicks, el misil era claramente visible. Su ojiva contaba con potencia suficiente como para atravesar el casco de un portanaves.

    Treinta klicks.

    Con esa carga explosiva, un TIE quedaría reducido a polvo espacial. Ni siquiera Shen sobreviviría a eso.

    Quince.

    «¡Ahora!».

    Shen inclinó el segador TIE de golpe hacia estribor. Por regla general, los transportes de tropas no están diseñados para ladearse tan rápido como los bombarderos. La superestructura de la nave resonó como si se quejara, pero Shen no aceptó un «no» por respuesta, sentía los límites del segador y los aprovechó al máximo. Un segundo después, los cañones láser dispararon una salva verde concentrada, haciendo añicos el misil.

    «Están intentando fijar un segundo misil», anunció Vonreg.

    Shen juzgó la trayectoria que llevaban. El hangar de la estación era un rectángulo azulado apenas visible en la lejanía.

    «¿Shen?».

    «Podemos llegar al hangar antes de que acabe el fijado. Motores al máximo».

    Vonreg transfirió toda la energía al sistema de propulsión. Shen llevó el segador a velocidad máxima y activó los impulsores al límite, dejándolos a ambos pegados al asiento. El casco de la nave repiqueteaba a su alrededor; la distancia que los separaba de la estación y del escudo magnético azulado del hangar empezó a reducirse con gran rapidez.

    La alerta de fijado de misil se convirtió en un pitido agudo.

    Shen cortó la energía segundos antes de que atravesaran el escudo. Manteniendo la inercia, el segador TIE entró en el hangar produciendo un chirrido ensordecedor al arañar el casco de la cubierta, chocó con una pila de cajas, siguió patinando, y acabó deteniéndose al final de la sala.

    Vonreg dejó escapar un largo suspiro. «Lo hemos conseguido de verdad». Shen le extendió la mano y ella la chocó. «Buen aterrizaje».

    «Gracias. ¿Y ahora qué?».

    Vonreg sonrío con malicia. «Ahora encontramos a quien estuviera disparándonos y nos cobramos nuestra venganza». Se acercó a la taquilla de armas del segador y cogió un bláster para cada uno. «La estación es diminuta. Probablemente no haya más de cinco o seis efectivos».

    Shen inspeccionó el bláster y se lo enganchó al cinturón. «Ya son más que nosotros. No bajes la guardia».

    Bajaron por la rampa de carga. El hangar estaba lleno de cajas esparcidas por el suelo, y el segador había dejado un surco profundo en la cubierta. Aparte del sonido de sus motores enfriándose, todo estaba en silencio.

    Mientras Vonreg se acercaba al ascensor de acceso del hangar, Shen chasqueo los dedos y señaló el panel de acceso iluminado. Ella lo miró y su gesto adoptó la urgencia de la situación: está bajando.

    Se colocaron a ambos lados, y poco después, el ascensor se detuvo, y se abrieron las puertas.

    Dos figuras salieron de él, vestidas con uniformes grises y blancos. Avanzaron hacia el segador TIE, todavía humeante, e intercambiaron miradas. «Al menos los sensores seguían funcionando. ¿Pero qué...?».

    El disparo de bláster de Vonreg le dio en la pierna a la figura de la izquierda, que soltó un grito y cayó al suelo, agarrándose la pierna con fuerza. Echando mano a la pistola de la cadera, el otro se giró, y se encontró con el puño de Shen en su cara, como un ariete. El golpe le empujó un metro, haciendo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo, aturdido.

    Vonreg se acercó lentamente hasta su objetivo. «Cuando intentes matar imperiales», le dijo, «asegúrate de acabar con todos».

    «¡Espere! Arg... espere, por favor, no...»

    Shen se acercó a la segunda figura y la alzó con facilidad por el cuello del uniforme. Esperaba a un curtido comando de la Nueva República. El rostro joven y aturdido frente a él, de piel morena y pelo oscuro mal cortado, apenas parecía tener edad para afeitarse.

    Detrás de él, Vonreg soltó un improperio. «Shen...».

    «¿Mmm?».

    Le enseñó la insignia que llevaba en el hombro el joven magullado a sus pies. Era una insignia imperial.

    «Son cadetes», espetó Vonreg, arrastrando la palabra como si le repugnara. «Nuestros cadetes».

    Shen ladeo la cabeza.

    «Alféreces», resolló el que tenía cogido Shen. «Yo soy el alférez Nicobar, y él es el alférez Werrens».

    «No me importa». Vonreg se encaró a Nicobar. «¿Quién está al mando aquí? ¿Por qué derribasteis un portanaves aliado?».

    «¡No lo sabemos!», dijo Werrens con la voz entrecortada, mientras se agarraba la pierna.

    «Empiezas con mal pie», le advirtió Vonreg.

    «La torre de control...».

    Shen bajó a Nicobar y lo empujó al ascensor. «Enséñanoslo. Ya».

    #

    Subieron en el ascensor hasta la torre de control, donde tres cadetes imperiales más trabajaban desde sus respectivos puestos. Cuando las puertas se abrieron, los cadetes se quedaron mirando, impactados, entrar cojeando a Werrens; luego se apartaron rápidamente, dejando paso a Vonreg cuando se acercó a la consola central y accedió al ordenador principal.

    «¿Quién es us...?», empezó a preguntar una de los cadetes, y sus ojos se abrieron de en par en par al ver el trozo de duracero ensangrentado que le sobresalía a Shen del pecho.

    Shen la escudriñó con la mirada, así como a los demás cadetes, mientras Vonreg trabajaba. Sus uniformes estaban descuidados, y sus rostros contraídos por el miedo. No había muestra de ningún oficial de alto rango por ningún sitio. Estos cadetes eran un poco más jóvenes que los dos pilotos de TIE que había visto en el Diligencia justo antes de que impactaran los misiles: llenos de vida y charlando en un instante, y muertos al siguiente.

    Vonreg golpeó la consola central con el puño, haciendo que los cadetes saltaran del susto, luego se inclinó sobre ella, como si le pesaran muchísimo los hombros. «No me lo puedo creer». Se giró hacia Shen. «Han asignado a estos imbéciles a una estación rebelde capturada, y no han borrado los perfiles del sistema de apuntado de misiles». Está calibrada para disparar a cualquier nave imperial dentro de su alcance».

    La habitación estalló con mil protestas.

    «... no tenía ni idea de que el sistema estaba calibrado así».

    «¡Nuestro oficial al mando se fue a por refuerzos!».

    «¡Ya! Dijeron que sería algo temporal...».

    «¡Intentamos enviar un mensaje! Nadie contestó, o el sistema estaría dañado...».

    «¡No es culpa nuestra!». Werrens se adelantó, renqueando. «¡Nos mandaron aquí recién salidos de la Academia!. ¡Dijeron que después de Endor necesitarían a todos los oficiales imperiales posibles! No llegamos a terminar los exámenes finales, pero nos dijeron que no dudáramos, que ya estábamos listos, nos necesitaban...».

    Shen y Vonreg intercambiaron una mirada. Aquello resumía la paradoja tácita de la lealtad imperial tras Endor: aquella según la que aunque el Imperio era, obviamente, infalible, pero a veces era menos infalible de lo que le gustaría.

    «Lo sentimos», musitó Nicobar.

    «¿Cómo?», respondió Vonreg. «Un portanaves ha sido destruido, cientos de soldados leales perdidos por un error que deberíais haber sabido evitar desde el primer día, ¿y lo sentís? ¿Por qué no te limpias el trasero con el uniforme imperial, ya de paso?».

    «Pero...».

    «¡Cierra el pico!». La voz de Vonreg reverberó por la habitación. «¿Sabes cuántas familias van a recibir hoy esa holollamada por vuestra culpa? Ha pasado tan poco tiempo desde Endor, desde Var-Shaa, desde...», se llevó la mano al bláster. «Maldita sea, deberíamos dar ejemplo con vosotros. ¡Les ahorraríamos las molestias a los rebeldes!».

    Los cadetes se juntaron entre sí. Shen se interpuso entre ellos y Vonreg. «Vonreg. Respira. Cuenta hasta tres».

    Ella lo fulminó con la mirada; o eso intentó. Él sabía que, para ella, no era un rostro, sino un polvoriento casco de TIE reparado demasiadas veces. «¿No irás a defender a estos torpes?».

    «Son nuestros torpes», contestó él.

    «Mira lo que le han hecho al Diligencia. ¡A ti!».

    «No mataron a tu hermano», dijo Shen.

    Escuchó un murmullo de confusión entre los cadetes.

    «¿Es que crees que no lo sé?», replicó Vonreg.

    «Sé que lo sabes», dijo Shen. «Pero te falta sentirlo».

    Un suspiro de irritación se le escapó entre los dientes. «Entonces, ¿qué? ¿Se van de rositas?».

    «No», dijo Shen. «Vivirán con lo que han hecho. Día tras día». Se llevó la mano al pecho. «Como nosotros».

    La mirada de Vonreg se relajó. «Cómo odio cuando me haces entrar en razón».

    Y apartó la mano del bláster. La habitación entera pareció dejar de contener la respiración cuando se dirigió al ascensor. Shen la siguió.

    «He eliminado los perfiles de apuntado», dijo Vonreg mirándoles por encima le hombro. «Intentad no meter la pata antes de que os mandemos a alguien con una micra de sentido común para tomar el mando».

    «Esperen...», Nicobar se adelantó con timidez. «¿Quiénes son ustedes? ¿A qué escuadrón pertenecen?».

    Shen y Vonreg se detuvieron en el umbral. Por un momento, Shen se imaginó cómo les verían los cadetes: una furia llena de cicatrices y un gigante sin cara y ensangrentado.

    «Somos el Escuadrón Titán», le contestó Vonreg. «No darías la talla».

    «Pero aprenderás», añadió Shen mientras las puertas se cerraban.

    * * *

    Dos horas más tarde, el destructor estelar Supervisor llegó al sistema, junto al resto del Escuadrón Titán. Vonreg se unió a la búsqueda de supervivientes del Diligencia. Shen se presentó ante su líder de escuadrón, Grey, quien le echó un vistazo y le ordenó que se retirara del servicio.

    El médico jefe del Supervisor puso los ojos en blanco al ver a Shen entrar a la enfermería. «¿Usted? ¿Otra vez?».

    «Yo. Otra vez».

    «Túmbese. Prepararé los droides de intervención». El médico jefe estudió la esquirla de duracero en el pecho de Shen. «Ya iba tocando cambiarle los sistemas del torso igualmente. Pero incluso quitarle la armadura le va a doler. Concéntrese en respirar».

    Shen asintió. «La vieja rutina...».

    «Si seguimos sufriendo pérdidas, dejará de ser algo rutinario». El médico jefe empezó a prepararse y fue a coger el espray de bacta. «Aunque usted pueda con ello, nuestros recursos médicos no... independientemente de lo que diga nuestra propaganda. Así que... Tenga cuidado».

    Shen se sentó en el borde de la cama, pensando en ello. No es solo cuestión de naves, entonces. Llamaron a esos cadetes novatos de la estación a las armas, y a otros cadetes imperiales por toda la galaxia, para defender a un Imperio con las arcas cada vez más vacías.

    «Guarde los suministros para más tarde», dijo Shen. «Cúreme la herida. No renueve nada».

    El médico jefe sonrío con remordimiento. «Afortunadamente para usted, según las nuevas órdenes necesitamos hasta al último piloto. Tengo la obligación de dejarle preparado para cualquier escenario. Venga, túmbese».

    Shen obedeció.

    Respira para sobrevivir. Para sentir lo suficiente para vivir.

    El Imperio está descubriendo lo mismo que tú: La ira, la culpa, el dolor... se terminan extinguiendo. Y cuando desaparecen, descubres cómo te han refinado sus llamas. Descubres quién eres, después de lo peor. Descubres si queda lo suficiente de ti como para seguir adelante.

    Y, de no ser así, descubres qué puede reconstruirte.

    Los droides de intervención se acercaron. Shen cerró los ojos, y respiró hondo.

    FIN

    Noticias relacionadas

    Gestionar tus preferencias de cookies