Cuando mantienes un rumbo firme, casi a velocidad de flanco, y mil estrellas centelleantes se abalanzan sobre ti, tu mundo se convierte en algo brillante y sencillo.
Sientes la vibración del motor a través de la planta de lo pies y del fino cuero de bantha de tus guantes en el acelerador. Es el equivalente a conseguir el tono perfecto con el viol para un músico entrenado. Un ajuste demasiado alto o demasiado bajo y te juegas calar el motor, un desastre para tu escuadrón al entrar en combate. Pero el Ala-A es un caza estelar para temerarios; está pensado para situaciones extremas. No se calará. Lo sabes, con la misma certeza por la que sabes cómo te llamas...
«Ya está bien, Keo. No vas a impresionar a nadie pilotando con los ojos cerrados».
Keo Venzee abrió los ojos y miró a la derecha, sonriendo al bombardero Ala-Y con detalles en verde y azul que ahora volaba junto a elle. Su fuselaje se estremeció visiblemente al intentar mantener el ritmo.
Frisk, el compañero de escuadrón de Keo, le saludó a través del cristal de la cabina con sus tres dedos cubiertos de escamas. Su voz profunda volvió a resonar por las comunicaciones. «Todos sabemos que para ti es coser y cantar, figura». No hace falta que lo demuestres».
Keo se encogió de hombros. «Con ese Ala-Y, debes de ser toda una autoridad sobre lo de pilotar medio dormido...».
«¡Ja!».
Los dos se ladearon contra las estrellas. Más adelanté, Keo discernió un sutil velo dorado: el rastro de la Nebulosa Ringali, entretejiendo su paso por todo el sector Bormea. Muy por detrás de ellos, había una pequeña flota de corbetas de la Nueva República, una fragata Nebulón-B y el poderoso crucero estelar MC-75, la Templanza, junto a un destacamento de cazas estelares que conformaba el Escuadrón Vanguardia. Su escuadrón.
Keo deceleró el Ala-A con una destreza fruto de la experiencia. Este mirialane, con su piel de tono entre amarillo y verdoso, no aparentaba más de veintipocos años y no parecía tener suficiente experiencia como para ser une piloto veterane. Un buen número de competidores de carreras, y más adelante de pilotos imperiales, habían pagado por cometer el error de juzgarle. «Qué bien sienta estirar las alas por fin, aunque solo sea una patrulla rutinaria».
Frisk sonrió a Keo a través del cristal del Ala-Y; no era fácil ver así a un trandoshano. Su hocico color crema sobresalía del maltratado casco, dejando entrever unos dientes afilados. «Ya te digo. ¿Tres semanas sin salir de la flota? Es cosa del protocolo de la Nueva República, hazme caso. Cuando estábamos en la Rebelión, nadie tenía tiempo para estar así».
Keo se recostó en el asiento. «Salvo que sea por una buena razón».
«Bueno, no me gustan los chismes pero...», Keo apenas contuvo la risa, con la mano sobre el comunicador, «en la partida de sabacc de anoche, me enteré de que están preparando una nueva operación secreta. Una de las grandes».
«¿No te han prohibido jugar al sabacc en la sala de oficiales?».
«Yo no he dicho que fuera en la sala de oficiales. No hay que perder la práctica».
«Ah, por cierto», dijo Keo. «Voy atrasade con mi entrenamiento. En la flota no puedo practicar técnicas como esta».
Escuchas el motor con atención, sabes hasta dónde puede llegar, y entonces... pisas a fondo.
El Ala-A se despegó de la formación, giró a babor y dio una vuelta completa, quedándose sobre el Ala-Y, sobrevolando, y casi rozando, la cabina de Frisk. Luego, se elevó y aceleró para alejarse con tanta potencia que la propulsión del motor apenas cosquilleó el morro del Ala-Y.
Keo rio entre dientes, volviendo a posicionar el Ala-A en formación. «Ese movimiento me hizo ganar el Gran Premio del Atardecer de Socorro».
Frisk resopló. «Vale, sí... cualquiera puede hacer piruetas con un Ala-A. Con un bombardero no es tan fácil». Keo escuchó el crujido de nudillos. «Si lo que quieres es destreza de verdad, mira esto».
«Ardo Barodai a la patrulla». Una voz ronca, pero no fría, irrumpió en sus cascos. «Cuando hayáis terminado de hacer el payaso, volved a la Templanza. Tengo un nuevo encargo para vosotros».
Keo y Frisk intercambiaron una mirada entre cabinas.
«No hay que discutir con el jefe», dijo Keo.
Frisk frunció el ceño mientras daban media vuelta hacia la flota. «Mi maniobra también iba a ser tremenda».
«No lo dudo». Keo activó los impulsores. «Para un Ala-Y».
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«La tarea es sencilla», explicó Ardo en la sala de reuniones de la Templanza. «Pero os encargaréis solo los dos. Y deberéis ser discretos».
«Ya me conoce, señor», dijo Frisk, orgulloso. «Soy discreto como nadie; si se trata de nuestra nueva operación secreta, nadie se enterará de nada».
Keo le dio un codazo. «Pues empezamos bien...».
El jefe de Inteligencia del Escuadrón Vanguardia, Ardo Barodai, los estudió pensativo. Era un mon calamari de constitución fuerte, solía llevar los ojos entrecerrados y el uniforme arrugado; parecía que cualquier cosa que se pusiera se arrugaba al momento. Los pilotos novatos de Vanguardia se reían de ello a sus espaldas. Los veteranos como Frisk y Keo se dirigían a Ardo como «señor», porque habían visto al apacible y descuidado mon calamari echarle un vistazo a una pantalla táctica, dar un par de órdenes, y quebrar la formación de una flota imperial como si de un huevo de geejaw se tratara.
«No sé qué chismes has oído en la flota», continúo Ardo, «pero el nuevo comandante del Escuadrón Vanguardia llegará pronto, y tengo mil cosas que organizar. Por eso tengo que delegar».
«¿Y por qué nosotros?», preguntó Keo. «No somos de Operaciones Especiales ni de Inteligencia».
«Porque une excorredore y un ex... Bueno, Frisk y tú encajaréis a la perfección». Ardo activó la holomesa y abrió una carta estelar, ampliando la vista en las tres estaciones de apariencia decrépita en la órbita de un enorme gigante gaseoso.
«Esta es la Tríada de Navlaas», dijo Ardo, enganchando sus pulgares palmeados en el cinturón. «Hubo un tiempo en el que estas tres estaciones gozaron de un próspero negocio automatizado de gas clouzon: minado, procesado y refinado», fue señalando las estaciones mientras enumeraba. «Las barcazas droides las comunicaban entre sí, manteniendo todo en marcha día y noche. Eso fue antes de la guerra, claro. El Imperio exprimió demasiado a la compañía minera. Ahora las estaciones no son más que puestos de repostaje para contrabandistas, organizaciones de carreras ilegales... y cualquiera que intente pasar desapercibido en el Borde Interior».
«Oye, ¿y por qué me has mirado al decir lo de "contrabandistas"?», protestó Frisk.
«Porque no paras de hablar de pasar el rato en los bajos fondos galácticos», dijo Ardo, con suavidad
«Sí, pero no de contrabando. La venta de piezas de coleccionista es un negocio legítimo».
«Le pusieron precio a tu cabeza», recalcó Keo.
A Frisk se le escapó una risita. «Venderlas es un acto legítimo. Yo no tengo la culpa de que el gobernador imperial no comprobara si eran auténticas».
«Ejem». Ardo amplió el holograma, centrando la vista en una de las estaciones. «Había una agente de la Nueva República trabajando en un sistema cercano, pero el Imperio se acercó demasiado. Por su último informe, iba a llevar cierta información a uno de mis contactos en la estación Daralto de la Tríada, justo aquí. Necesito que vayáis a recuperarla. Con discreción».
Keo frunció el ceño. «Has mencionado al Imperio...».
«Sabemos que han pasado cerca patrullas imperiales. Algo no huele bien, pero no les ataquéis. Entrad sin que os detecten y salid de allí».
«Derribar unos cuantos TIE nunca viene mal», comentó Frisk.
La expresión de Ardo se endureció. «Esta vez no. Si el Servicio de Inteligencia Imperial detecta actividad de la Nueva República allí, esta operación en concreto podría verse comprometida». Miró a los dos. «Lo digo en serio. Necesito que os encarguéis de ello siguiendo todos los protocolos».
Frisk suspiró. «Lo que haga falta. ¿Verdad, figura?»,
Keo había dejado de escuchar. Estaba estudiando el esquemático holograma azul de la mesa de reuniones, con el ceño todavía fruncido.
A veces, la experiencia y la intuición actúan sin que lo notes y llegas a una conclusión que simplemente está ahí, sin que la hayas buscado, pero imposible de negar al mismo tiempo. Y sencillamente lo sabes...
«¿Estás pensando en algo, Keo?», preguntó Ardo con delicadeza.
Keo volvió en sí. «No, señor. Nosotros nos encargamos».
A veces, lo único que sabes es que va a haber problemas.
* * *
Navlaas era un gigante gaseoso de color azul oscuro sumido en nubes verdes eléctricas de gas clouzon. Sus ocho lunas estaban plagadas de cráteres de impactos de asteroides.
Aunque también de otro tipo de impactos. Mientras los dos cazas estelares se dirigían a su destino a toda velocidad, Keo divisó en la lejanía lo que parecían unos restos de tonos plateados a la deriva, sobre una de las lunas. «Parece que era una boya marcadora», comentó Keo. «Probablemente sean restos de las viejas operaciones mineras. Aunque me extraña, suelen estar construidas para durar...».
«Un momento», dijo Frisk por las comunicaciones. «Tengo algo en los escáneres».
Keo revisó su radar. «Los veo. Apaguemos los sistemas».
Ambos cortaron la energía y dejaron los cazas a la deriva, ocultos entre los restos pulverizados de la boya. Keo se hizo un ovillo en el asiento.
Unas sombras empezaron a pasar sobre ellos: las características siluetas de los TIE que hacen que todo piloto de la Nueva República lleve instintivamente el dedo al gatillo. Keo contó cuatro TIE imperiales; un interceptor TIE y tres cazas estándar, en formación de diamante.
«Mira a esos imperiales», susurró Frisk a través de un canal seguro. «Volando por ahí como si en Endor no hubiera pasado nada». «Nadie los echaría en falta...».
El armamento láser verde del interceptor TIE destelleó. Las manos de Keo se abalanzaron sobre el gatillo. «¡Nos han visto!».
«Qué va. Están usando los restos para prácticas de tiro. Solo tenemos que quedarnos quietos». La voz de Frisk transmitía su sonrisa. «Recuerda el dicho: si un imperial te dispara, es que estás a salv...».
Otro destello verde, esta vez pasó casi rozando el Ala-Y de Frisk. Frisk tragó saliva. «Aunque, eh... supongo que han tenido tiempo para practicar».
Tras una breve eternidad, los láseres cesaron, y las sombras continuaron con su camino. Keo siguió mirando el radar, sintiendo como el abdomen se le relajaba lentamente. «Vale. Todo despejado».
Ambos volvieron a arrancar los motores. «Esos imperiales deben de estar utilizando la Tríada de Navlaas para reabastecerse», reflexionó Keo. «Quizá sea en lo que Ardo y el Servicio de Inteligencia de la Nueva República están trabajando».
«Puede ser». El Ala-Y de Frisk se puso a su lado. Estaba recién pintado, como el Ala-A de Keo, para eliminar todo rastro de los tonos verdes y azules propios del Escuadrón Vanguardia o de cualquier detalle que pudiera vincularlos a la Nueva República. «¿Sabes que antes era todo un inconformista?».
«¿Ardo?».
«Sí. Antes de Endor, no habría permitido que el Imperio campara a sus anchas como ahora. Antiguamente, habríamos conseguido la información y además habríamos acabado con unos cuantos TIE, para darles una lección». Frisk resopló. «Ahora nos falta saludarles al pasar a su lado. Eso, o esperamos lo suficiente a que la Nueva República acabe con todos sus trámites burocráticos para darnos alguna orden».
«Son otros tiempos, Frisk», Keo se encogió de hombros. «Estamos luchando por una galaxia más segura; a veces, hay que hacer las cosas así. En Mirial teníamos un dicho: Vivir tu vieja vida una y otra vez es fácil, pero la nueva vida que empieces hoy será mejor».
«Je, je». Frisk soltó una risotada triste. «Me gusta más que el que se dice en Trandosha al clan charlatán...».
«¿Cómo es?».
«Te lo contaré cuando seas mayor».
Sus cazas rodearon la luna; estaba cubierta de una arena tan blanquecina como la de los fríos desiertos de Mirial, y aquello hizo a Keo pensar en su hogar. En seguida vieron la estación Daralto de la Tríada. Cuatro torres coronaban el ancho núcleo central y una fila irregular de barcazas droides avanzaba lentamente, atravesando el centro de procesado en la parte inferior, sin transportar nada a ningún sitio.
«¿Nadie ha conseguido desactivar esas barcazas?», se preguntó Keo.
«O quizá estén utilizándolas para algo para algo turbio», le respondió Frisk. «Por cierto, cuando estemos dentro, déjame hablar a mí».
«Oye, que sé lo que hago».
«Pilotando sí, pero aquí es posible que sean más agradables con el tipo grandullón y cubierto de escamas, ¿sabes a qué me refiero?».
«Vale, pero ten cuidado», dijo Keo, mientras entraban al hangar. «Si el Imperio anda cerca, la situación podría complicarse».
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«Venga, identificación».
Frisk miró a Keo y gesticuló «complicaciones».
Keo asintió, imperceptiblemente. La jefa de cubierta era una chagriana corpulenta que parecía doblar vigas de desayuno y zampárselas de almuerzo: justo el tipo de oficial de estación que uno esperaría encontrarse en un lugar así. Detrás de ella había un oficial imperial, sin duda un humano, de la edad de Keo aproximadamente, rubio y llevaba un uniforme desgastado.
A Keo se le fue la mirada a los guantes del oficial. No eran de cuero liso: tenían parches entre el pulgar y el dedo índice. Además, las mangas del oficial llevaban lo que parecían ser tiras cosidas a mano para ceñir la tela a las muñecas. Se alejaba mucho de un uniforme imperial estándar. Casi como...
«¿Esto vale como identificación?», Frisk entregó un datapad con sus identidades falsas y un generoso chip de crédito por debajo, que no pasó desapercibido para Keo.
La jefa de cubierta lo cogió y se puso a inspeccionarlo. Los créditos desaparecieron como por arte de magia.
«Eso son cazas estelares de la Alianza Rebelde», dijo el oficial imperial fríamente, señalando a sus cazas repintados. «Esas modificaciones de motores no estandarizadas son inconfundibles».
«Eran», le corrigió Frisk alegremente. «La Alianza nos contrató como mercenarios, pero nunca llego a pagarnos. Se nos ocurrió que estos cazas cubrirían los gastos; todavía no nos han pillado».
«¿Admitís luchar por la Rebelión?».
«Desertamos», dijo Keo, endureciendo la voz. «Teníamos mejores cosas que hacer que vernos envueltos en los problemas de Endor».
El imperial se cruzó de brazos, pero no dijo nada más mientras la jefa de cubierta chagriana le devolvía el datapad a Frisk. «Todo en orden. Tenéis espacio en el hangar para repostar, pero no tardéis demasiado. Relkin tiene...».
«Teniente Relkin», le corrigió el imperial.
La jefa de cubierta puso los ojos en blanco. «El teniente tiene una guarnición en la estación. Todas las llegadas y salidas están monitorizadas. Así que nada de cosas raras».
¿Monitorizadas? La postura de Keo cambió.
«Sin problema», dijo Frisk, empezando caminar.
«Un momento». La mano enguantada del teniente Relkin le cortó el paso a Frisk. Le miró con mala cara, y luego a Keo. «¿Os conozco?»,
Frisk rio con cierto nerviosismo. «¡Ja! ¿Cómo ibas a olvidar esta cara?».
Relkin los estudió por un momento, frunció el ceño, y se apartó. «Venga. Fuera de aquí».
En el pasillo de acceso, Keo soltó el aliento que había estado conteniendo. «Ha estado cerca...».
«Sí». Frisk se rascó la mejilla, produciendo un sonido áspero. «Quizá Relkin esté trabajando para el gobernador imperial aquel, Derantus. No seguirá guardándome rencor por lo de las "piezas de coleccionista", ¿no?».
«Frisk...».
«Oye, ¿qué más daría que Derantus quedara mal ante el almirante Thrawn?».
«¡Esto es serio!», dijo Keo entre dientes. «¿Una guarnición imperial pasando el rato en un sistema con importancia estratégica? Dudo que estén simplemente reabasteciéndose». Frisk miraba continuamente hacia detrás. Keo le dio un toque. «Tenemos que pasar desapercibidos. ¿Dónde hemos quedado con el contacto de Ardo?».
«En la cantina». Frisk se rebuscó los bolsillos mientras caminaban. «Aunque te toca invitar, me temo. La jefa de cubierta no ha salido barata...».
La cantina de la estación había sido construida alrededor de un enorme filtro de gas clouzon que iba del suelo al techo; una lúgubre luz verde parpadeaba en su interior. Los clientes se amontonaban sentados por las esquinas. Keo suponía que la mayoría debían de ser contrabandistas: bebían con la alegría de alguien que acaba de enterarse de que unos imperiales podrían estar inspeccionando su nave.
Frisk se acercó a la barra que rodeaba el filtro central. El camarero, un delgado zabrak de ojos azules, levantó la mirada de los resultados de shockball. «¿Sí?».
«Una Polaris para mí», dijo Keo.
El zabrak la sirvió. «¿Y para ti?».
Frisk se inclinó hacia él. «Me apetece un Atardecer de Ringali».
El zabrak levantó la ceja, miró alrededor y se encogió de hombros. «Lo siento. Llevo meses sin brandy chandriliano».
«¿Dónde lo probaste por primera vez?». La respuesta de Frisk estaba un poco ensayada, como la del camarero.
«Sissubo. Pero desde la guerra, nada...».
Keo se alejó, en parte para hacer pasar a Frisk desapercibido y en parte para tener el lugar vigilado. Nadie parecía interesado en ellos, pero esa sensación de peligro no desaparecía de la mente de Keo.
Le dio un trago a la bebida para calmar los nervios. La cerveza Polaris estaba fría y sorprendentemente buena. Su sabor transportó a Keo a su primera parada tras Mirial, en una mugrienta estación de retransmisión; se pidió una Polaris para imitar a la persona que tenía al lado e intentar encajar.
Había vivido bien en Mirial. Pero cada vez que Keo miraba a las estrellas, sentía una nostalgia imposible. Si es posible sentir nostalgia por lugares donde nunca has estado, Keo la sentía con más intensidad cada día; una necesidad de ver qué había ahí fuera. Aquella estación de retransmisión, el primer día de Keo fuera de casa, le pareció que era el lugar más cosmopolita que une pudiera imaginar. Ver a gente de todos los rincones de la galaxia, disfrutar de una bebida como une curtide viajere, así como ver por primera vez una emocionante carrera galáctica en el monitor del bar, había sido como la iniciación a un mundo más grande para Keo.
«Ey», Frisk se acercó con una bebida que apestaba a combustible derramado. «¿Estás bien?».
Keo se acabó lo que le quedaba de la cerveza Polaris. «Estaba pensando. ¿Has conseguido lo que necesitabas?».
«Más o menos», Frisk le llevó a una esquina más tranquila. «Cuando vio que el Imperio también estaba aquí, la agente de la Nueva República no quiso arriesgarse. Lanzó por la borda a su droide astromecánico en Laanen, aquí, es una de las lunas de Navlaas».
Sacó su holoproyector y le enseñó a Keo un holograma simplificado de un paisaje helado y desolado. La ubicación del astromecánico aparecía señalada en rojo, en un cañón, a mitad de profundidad. «Tiene el gancho magnético activo, así que solo tenemos que hacer una pasada y... ¡piu! Se nos enganchará al casco. El acceso parece complicado, eso sí. Será como enhebrar una aguja».
Keo estudió la trayectoria de aproximación, visualizando la maniobra. «Mi Ala-A puede con eso».
«Me alegro de oírlo. En marcha».
Ambos se dirigieron a la puerta de la cantina. «Pero los imperiales están vigilando las salidas», le recordó Keo. «Tendremos que dar con el modo de llegar a la luna sin que nos vean».
«Sí», Frisk dejó la jarra sobre la mesa sin detenerse. «No quiero ninguna...».
La puerta de la cantina se abrió, enmarcando al teniente Relkin y a dos soldados de asalto imperiales con armaduras deslucidas.
«...sorpresa», concluyó Frisk, con voz temblorosa.
«Conque aquí estáis», dijo Relkin, fulminándoles con la mirada. «Sabía que te conocía de algo».
Keo y Frisk tragaron saliva; Frisk levantó las manos. «Mira... Vale, me has pillado. Las cosas como son. Le devolveré los créditos al gobernador. Lo que haga falta, pero deja ir a mi ami...».
«¿De qué diantres habla este idiota?», bramó Relkin. Se giró hacia Keo, que reaccionó levantó las manos rápidamente. «Tú. Tendría que haberte reconocido la cara nada más verla».
Keo parpadeó.
«El Gran Premio del Atardecer de Socorro», dijo Relkin. «Esa maniobra que realizaste en el último momento, esa trampa que hizo que mi nave se saliera de pista, me costó la medalla de ganador que me merecía».
Keo volvió a parpadear.
«Era una nave verde oscura», explicó Relkin, con hartazgo. «Llevaba una raya amarilla en la dorsal...».
«¡Ah!», Keo hizo un aspaviento al acordarse. «Sí, es verdad, ¡las mangas!». Keo se volvió a mirar a Frisk. «Los corredores profesionales se ajustan las mangas así para...».
Relkin apuntó otra vez con el dedo a la cara de Keo y elle levantó las manos de nuevo. «Iba a ser mi oportunidad por fin de acceder al cuerpo de Cazas Estelares del Imperio, en lugar de reparar cazas viejos», dijo furioso Relkin. «¡Podría haber defendido a mi Imperio cuando me necesitaron, en lugar de pudrirme con la logística mientras ardía la Estrella de la Muerte!».
«A ver, en realidad la guerra necesita logíst...».
«Y ahora resulta que tu amigo lagarto y tú sois unos mercenarios ladrones», siguió diciendo Relkin con una sonrisa malévola. «¿Sabéis qué quiere decir eso?».
«Que no suponemos una amenaza y podemos seguir nuestro camino, ¿no?», propuso Frisk.
«No», le contestó Relkin desenfundando su bláster, «quiere decir que nadie os va a echar de menos».
Sin previo aviso, Frisk embistió a Relkin y lo lanzó contra la pared al otro lado de la puerta. Como por reflejo, el imperial apretó el gatillo de su bláster y el disparo rebotó en el marco de la puerta mientras el bláster caía al suelo. Los soldados de asalto se apresuraron a empuñar sus rifles bláster mientras Keo se dirigía al pasillo. «¡Por aquí!».
Relkin se levantó con dificultad. «Id a por esos dos. Quien les dé una lección recibirá un ascenso».
Frisk alcanzó a Keo al doblar una esquina, justo cuando unos disparos bláster volaron por encima de sus cabezas. «Tenemos que llegar al hangar», dijo Frisk entre jadeos. «Si nos arrestan, averiguarán con quién estamos...».
Ya fuera suerte o buena puntería, el siguiente disparo le acertó al panel de control de la puerta, y este explotó. Keo golpeó la puerta, pero iba a ser imposible moverla. Miraron a su alrededor con desesperación y vieron algo en la pared. «¡El conducto de ventilación!».
Frisk agarró la cubierta de ventilación y tiró con todas sus fuerzas. Las bisagras oxidadas chirriaron al levantarla. Keo se lanzó dentro, pero en lugar de un conducto de ventilación, vio que se había tirado por un tubo largo y oscuro. Consiguió agarrarse a los lados y frenar justo a tiempo. «¿Qué diantres…?».
Por detrás seguían los disparos de blásters, luego se oyó un forcejeo y un «¡Uah!», y algo enorme y lleno de escamas golpeó a Keo, y los dos cayeron rebotando por la oscuridad hasta que...
¡Plaf!
«¡Ay!».
«¡Au!».
«Ah, me he aplastado la cola... ¿Dónde estamos?».
«No lo sé, no veo nada...».
Clac, clac.
«... pero el suelo es raro. Es como si hubiera... hay algo aquí. Una línea. ¿La notas? Va por todo el suelo».
«Sí. Sí, la noto...».
En ese momento, el suelo se abrió y cayeron otros dos metros encima de un montón de cilindros metálicos, esparciéndolos por el suelo.
Keo se sentó con una mueca de dolor. «... Vale. Está claro que no era un conducto de ventilación. Probablemente fuera para contenedores de gas clouzon».
La cubierta tembló bajo sus pies, y Keo reconoció esa vibración: motores viejos y desgastados que llevaban demasiado tiempo en funcionamiento.
«Maravilloso». Frisk se acercó a Keo, masajeándose la cabeza y apartando un cilindro. «¿Sabes qué es esto? Estamos en una de esas barcazas droides que van de estación en estación».
Keo miró por el muelle de carga. Más contenedores de gas abandonados rodaron por la cubierta.
«Puede que esta sea nuestra forma de escapar», pensó Keo en voz alta. «Si lo reprogramamos, igual podemos volar en él al hangar...».
«¿Y luego qué?». Frisk se puso en pie y se crujió el cuello. «Relkin va a estar vigilando todas las naves, como un exogorth hambriento. ¿Cómo vamos a llegar hasta la luna para recoger el astromecánico sin que se entere?».
«Ya se nos ocurrirá algo», dijo Keo intentando sonreír. «Venga, sigue siendo mejor que recibir disparos».
«Pues no sé qué decirte, la verdad». Frisk se sacudió el polvo, se acercó al panel de control del droide y levantó la tapa. «Al menos cuando me disparan entiendo lo que está pasando».
Tras un rato recableando, dijo: «¿Crees que el interceptor TIE que vimos al llegar podría haber sido el caza de Relkin?».
Keo reflexionó un momento. «Si yo fuera une imperial que corriera, seguro que volaría algo así».
Saltaron unos chispazos y Frisk negó con la cabeza. «Si hubiéramos acabado con esos TIE, nadie habría echado de menos a Relkin hasta que estuviéramos de vuelta en casa con el astromecánico, tomándonos una buena taza de caf».
«Ese no era el plan...».
«Sí, sí, ya lo sé». Frisk tiró de un cable con fuerza. «La Nueva República solo quiere que hagamos nuestro trabajo. Sí, señor; no, señor; recién pintado, señor».
Keo se agachó a su lado. «Frisk, ¿qué pasa?».
«Bah, nada. Que me gusta quejarme».
«No», dijo Keo. «No es eso».
Frisk dejó caer sus enormes hombros. «Keo, soy un rebelde. Siempre lo he sido. Nunca encajé en mi hogar, así que me largué a seguir mi propio camino. La Alianza Rebelde me dejaba enfrentarme a los mayores matones de la galaxia, a mi manera»,
suspiró, «pero ahora somos una Nueva República. Tenemos que hacer las cosas por lo legal. Pero es que yo no soy así». Frisk sacó un fusible del panel de control y se quedó mirándolo. «¿Sabes dónde encajo yo en un gobierno legal? En una nave prisión, o en el servicio comunitario. Tú me dirás».
«¿De verdad piensas eso?», preguntó Keo.
«¿Es que tú no?».
«Estamos creando aquí y ahora la Nueva República», le dijo Keo, «porque está compuesta de todo aquello por lo que luchamos. Esperanza, paz... o ser nosotres mismes. El Imperio decide quiénes son las personas correctas y crea una puerta por la que solo caben ellos. Pero la Nueva República acepta a todo el mundo. Si eso es lo que queremos que sea».
«Hmm».
«Frisk, ¿por qué te eligieron para esta misión? Eras el candidato ideal precisamente por lo que has hecho». Keo le puso la mano sobre el hombro. «Cuando hay oscuridad, toda luz cuenta... sin importar dónde se encendió la chispa por primera vez».
Frisk suspiró, pero luego esbozó una sonrisa. «¿Cómo puede ser que te doble en años y aun así seas más inteligente que yo?».
Keo sonrió mientras Frisk colocaba de nuevo el fusible y seguía diciendo: «Pero, salvo que puedas convencer a este saco de chatarra para que se camufle, recupere el astromecánico y luego salte al hiperespacio... tendremos que lidiar con Relkin».
Keo se puso de pie y caminó de un lado a otro mientras reflexionaba, y luego chasqueó los dedos. «¿Cómo era eso que decías sobre el sabacc? "No te enfrentes al juego..."»
«"Enfréntate a tu rival"». Frisk empezó a sonreír. «Estoy pensando... A Relkin no le parecería raro que fuéramos a la luna si él también recibiera una invitación».
«¿Cómo?».
«Dijiste que podrías hacer una pasada en la luna y recoger el astromecánico. ¿Podrías hacerlo a toda velocidad?».
Keo le devolvió la sonrisa. «¿Tú qué crees?».
La barcaza tembló de nuevo y cambió de rumbo hacia la estación. Otro cilindro de gas golpeó el pie de Frisk mientras sacaba el comunicador. «Vale. Mejor que empieces hablando tú. Y a ver qué hemos conseguido con los créditos que le hemos pasado a la jefa de cubierta...».
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«Va en serio», le espetó la jefa de cubierta Nerlisha. «No pienso aceptar que los soldados de asalto vayan disparando por los pasillos como si nada».
El teniente Relkin se recostó en la silla. Su mesa, en un cuarto de suministros que había requisado como despacho, estaba perfectamente ordenada; en el rincón había dejado su casco, pulido hasta tal punto que podría hacer de espejo. «Si hubiera investigado adecuadamente el trasfondo de la escoria que se le cuela en la estación, no tendríamos que protegernos».
Nerlisha le clavó la mirada. «Ese Imperio suyo ya no es lo que era, Relkin. No acepto órdenes suyas. Si pierdo más clientes por su culpa...».
El comunicador de Relkin emitió un pitido, y Relkin le dirigió a la jefa de cubierta una sonrisa gélida. «La guerra no ha terminado. Los asuntos del Imperio no pueden esperar. Si me disculpa...».
Nerlisha salió de la habitación.
«Escoria alienígena», dijo Relkin entre dientes, y agarró su comunicador. «¿Qué pasa?».
«¿Teniente Relkin?».
«¿Quién habla?».
«Le campeone de Atardecer de Socorro».
Relkin apretó la mandíbula. «Vaya, vaya. Menuda huida dramática. Aunque será menos dramática ahora que me he quedado con sus cazas».
«Una pena. Y yo que esperaba proponerle algo...».
«¿Qué podría proponerme alguien como usted?».
«La revancha».
Relkin se incorporó al oírlo.
«Si ganamos, nos deja marchar. Si perdemos, puede quedarse con mi Ala-A... y los dos sabremos quién es más veloz. Y para que sea más justo, correrá contra mí y contra mi compañero».
«¿Un Ala-Y?», dijo Relkin con una risa. «Ha perdido la cabeza».
«No, es que soy mejor piloto que usted, por lo que necesito una penalización acorde».
A Relkin se le borró la sonrisa de la cara. Apoyó la mano sobre el casco, un casco comprado de segunda mano, no uno que hubiera ganado con honor. Esa oportunidad la había perdido para siempre, gracias a ese arrogante de Mirial. Pero...
«Acepto... pero con la condición de que me permitan deshabilitarles los hiperpropulsores». Relkin se encogió de hombros. «No creo que su amigo lagarto y usted planearan huir al salir del hangar, ¿no?».
Tras un momento dubitativo, respondió: «¿Y quedarme sin la oportunidad de volver a ganarle? Vale. Haga lo que crea necesario para intentar ganar».
«Me alegra oírlo».
«La luna helada Laanen. A través de los cañones. Si su interceptor y sus nervios pueden con ello, reúnase con nosotros en el hangar».
«Allí estaré», dijo Relkin tranquilamente, y cortó la llamada. «No lo dude».
La venganza es dulce, pero la mitad de su dulzor es la anticipación.
* * *
La superficie completamente azul de Laanen brillaba como si fuera acero iluminado por una estrella lejana. Entre las fisuras de la superficie se alzaban columnas espirales de hielo allí donde los gases cálidos escapaban, como si fueran dientes malformados. A velocidades de carrera, estrellarse en el hielo supondría el fin de cualquier caza estelar, tuviera escudos o no.
Keo respiró despacio, comprobando el casco, los guantes, los cinturones, y centrando los pensamientos. No vueles siguiendo tu cabeza... sigue a tu corazón. Siente el posible éxito ante ti. Ese es tu objetivo, nada más.
Los tres cazas se dirigieron al punto de salida acordado, con el Ala-Y de Frisk rezagado. La sombra del interceptor TIE oscuro se reflejaba claramente sobre el escaso aire.
El comunicador de Keo se activó en un canal privado. «Va a intentar hacer algo, ya lo sabes».
«Pues claro», Keo respondió mientras ajustaba el acelerador, «pero no será un problema».
«Bien. Me siento desnudo sin el hiperpropulsor».
«¿Seguro que podrás arreglar los dos?».
«Sí, lo he hecho un millón de veces... si me deja ocasión de hacerlo. Pero tú ocúpate de la recogida. Yo me encargo de lo demás».
Delante se alzaba un arco torcido de hielo gigantesco sobre un cañón descomunal, y bajo él, solo oscuridad azulada. Los tres cazas redujeron su velocidad al acercarse.
«Estas son las condiciones, como acordamos». Keo frunció el ceño al oír una voz imperial en un canal familiar. El teniente Relkin siguió hablando: «Tres vueltas al cañón. Si los dos estáis por delante de mí al completar la tercera vuelta, ganáis. Si no...».
«Lo hemos pillado», le cortó Frisk. «Cómo les gusta a los imperiales oírse hablar...».
«Pues comencemos la cuenta atrás sincronizada. Buena suerte, "campeone"».
Keo introdujo la cuenta atrás. «No necesito suerte».
Los números empezaron a bajar. Dos... uno...
Keo ya estaba acelerando cuando el contador llegó a cero. El Ala-A salió disparado a la cabeza, cortando el frío silencio, y se lanzó al cañón. Entre las paredes cristalinas se entrelazaban puentes helados. Keo dirigió su caza estelar hacia allí, rozando con la punta del ala uno de los puentes, metiéndose por un hueco ajustado y avanzando por un pasaje estrecho a la vez que ganaba velocidad. El Ala-A era muy rápido, pero la sombra afilada del interceptor TIE no se quedaba atrás. En cambio, el Ala-Y de Frisk no conseguía mantener el ritmo.
El radar emitió una alerta de proximidad que le recordó a Keo que había algo más en juego que su orgullo como velocista. El astromecánico...
En el cristal del Ala-A rebotaron trozos de hielo. Una de las estructuras heladas se estaba rompiendo. Keo esquivó los trozos más grandes que caían por todo el cañón. Unos segundos después, una ráfaga de turboláser verde pulverizó el hielo y lo convirtió en escarcha. De la niebla resplandeciente emergió el interceptor TIE de Relkin.
«¡Eh!», exclamó Frisk, interrumpiendo la concentración de Keo.
«Solo estoy despejando el camino», le contestó Relkin.
Keo volvió a mirar el radar. Estaba cerca.
Al doblar la curva, le sorprendió una vista maravillosa. Las paredes del cañón estaban cubiertas de losas de puro hielo, como si fueran cascadas congeladas. Keo dirigió su Ala-A entre ellas, con todos sus sentidos alerta.
El radar pitó con urgencia. Ahí estaba: un parpadeo rojo y blanco, casi oculto tras la cascada más grande.
Keo aceleró y puso su Ala-A en posición vertical, dejando expuesta la parte inferior, pero bloqueando así cualquier línea de visión entre Relkin y el astromecánico. Los cinturones se le clavaron en los hombros al pasar rozando detrás de la cascada helada, y...
Keo oyó un sonido de cuerda metálica, pero nada más. Las lecturas se iluminaron en rojo: negativo.
«¿Lo has conseguido?», le susurró Frisk por el canal privado, apremiándole.
«El gancho no lo ha podido agarrar», Keo salió acelerando de la cascada de hielo. Relkin se estaba adelantando. «¡Tengo demasiado hielo en el casco!».
Consiguió adelantar a Relkin por muy poco, rozando las paredes del cañón, y completando la primera vuelta.
Relkin soltó una maldición. «Una menos. En la siguiente vas a ir por detrás de mis motores».
No es mala idea...
Keo volvió a nivelar su Ala-A y, con un cálculo de distancias preciso, colocó su caza estelar justo a la altura de los motores del interceptor TIE.
El cambio en la densidad del aire hizo que la cabina se sacudiera, empezaron a sonar alarmas, pero Keo miró arriba y vio gotas de agua, procedentes del hielo derretido, saliendo disparadas hacia atrás en el cristal de la cabina.
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En su cabina, Relkin notó un leve cambio en su perfil de vuelo. Ese granuja de Mirial estaba interfiriendo con la aerodinámica de su interceptor. Un buen truco.
Sonrió.
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Keo no dejaba de mirar arriba. «Venga...».
El hielo iba desapareciendo por bloques, pero no lo suficientemente rápido. La luna era demasiado fría. Con los dientes apretados, Keo mantuvo estable el Ala-A tras el calor de los motores del interceptor TIE, y los dos cazas estelares completaron la segunda vuelta con Relkin a la cabeza, riéndose.
Última vuelta.
Los dos cazas estelares giraron por el cañón y se dirigieron a las cascadas de hielo. Al acercarse, el último trozo de hielo por fin se soltó. Keo se preparó para separarse, pero en ese momento, un misil salió disparado del interceptor TIE y explotó en el aire.
La onda de choque hizo que el Ala-A de Keo perdiera el rumbo. Keo hizo acopio de todas sus habilidades para conseguir levantar el vuelo antes de chocarse con la pared del cañón. «¡Un misil de conmoción!».
«Tenía escombros en la cola», dijo Relkin.
La onda de choque pasó, pero las paredes de hielo empezaron a agrietarse. Una se derrumbó justo cuando los cazas estelares pasaron por su lado.
Keo se dejó llevar por los reflejos. Pisó a fondo los impulsores y se dirigió al astromecánico. La cascada de hielo se desmoronaba por momentos, unos segundos más y se desplomaría al abismo con toda la información.
Keo cerró los ojos.
¡Chaca!
El Ala-A tembló cuando algo se agarró y quedó fijado al casco. Keo abrió los ojos y notó que el equilibrado del Ala-A había cambiado. «Lo tengo...».
Un trozo enorme de hielo golpeó el Ala-A por estribor y lo mandó dando vueltas a las profundidades del cañón.
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Relkin miró sus sensores y soltó una carcajada. Había superado a su rival.
Y, además, ahí tenía a la basura del Ala-Y delante de él, intentando terminar una sola vuelta.
«Pero si le he doblado», dijo entre risas mientras su interceptor se aproximaba a toda velocidad. «¿En qué estaba pensando para traer una chatarra como esa a una carrera?».
«Tiene razón», le respondió el trandoshano. «Un Ala-Y no está hecho para las carreras...».
Con un chasquido, las bahías del Ala-Y soltaron una decena de contenedores de gas clouzon al aire gélido.
Relkin se quedó con la boca abierta.
Las prácticas de tiro y las fantasías no valen para sustituir el entrenamiento de combate. El interceptor TIE iba demasiado rápido como para poder esquivarlo. Su ala golpeó el primer contenedor y lo hizo añicos, provocando una reacción en cadena. Un segundo más tarde, una gran explosión eléctrica verde hizo que el TIE de Relkin se precipitara al abismo.
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Frisk lo miró de reojo. «Pero para los bombardeos, no hay nada como un Ala-Y».
Seleccionó el canal privado. «¿Keo?».
Solo se oía estática.
«... ¡Keo, responde!». De las profundidades se vislumbró una luz; no era una explosión, sino la luz fría de los impulsores. Un Ala-A maltrecho salió del cañón, intentando ganar altura, dejando detrás de sí un montón de cristales de hielo, y con un astromecánico nuevo detrás de la cabina.
«Estoy aquí... por poco. ¿Y Relkin...?».
«Está vivo, pero cuando reaparezca va a estar bastante cabreado». Frisk tragó saliva. «Vamos a buscar un lugar seguro donde poder reactivar los hiperpropulsores, y nos largamos».
Los dos cazas volaron hacia las estrellas.
«Menos mal que esos contenedores funcionaron, y que la jefa de cubierta se la tenía jurada al Imperio».
«Sí, aunque habría ganado yo la carrera».
«Sí, sí, claro».
«Es importante conocer nuestras capacidades».
«Pues las mías llegan hasta volver con el Escuadrón Vanguardia. Ahora mismo, volver a la flota no suena nada mal...».
* * *
«Pero ¿dónde os habíais metido?», les preguntó Ardo Barodai. «¿Cómo habéis tardado tanto en realizar una simple recogida?».
Frisk y Keo, bañados por la fría luz del holograma la sala de reuniones de la Templanza, cubiertos de aceite de motores, y con el astromecánico rojo y blanco entre ellos, se intercambiaron una mirada. «La cosa se... complicó», dijo Keo como explicación.
Ardo se cruzó de brazos. «En fin, no hemos oído nada procedente del Servicio de Inteligencia Imperial. Pero la Logística Imperial, en cambio, está que echa humo», dijo esbozando una sonrisa en la comisura de su boca ancha. «Por alguna razón, han confiscado todos los contenedores de gas clouzon en la Tríada de Navlaas...».
Frisk se encogió de hombros. «Van a estar muy ocupados contando suministros».
Ardo les escudriñó con la mirada durante un rato, y luego asintió. «Vale. Lo habéis hecho bien. Os habéis ganado un pase de tres días».
«¡Toma!», dijo Keo dándole un puñetazo a Frisk en el hombro. «Venga, Me debes un trago».
«¿Cómo? Después de salvarte así tenemos que estar en paz».
«Qué va. Pero no ha estado mal el bombardeo».
«Je, je. Eso sí que no está en el manual de la Nueva República».
Keo soltó una carcajada. «Bueno, todavía no...».
Ardo les dejó marchar, y a continuación se agachó delante del astromecánico y sacó una tarjeta de datos dorada. Le dio una palmadita al droide e insertó la tarjeta en la mesa holográfica. Dio un paso atrás para poder ver el mapa de la galaxia que apareció, y poco a poco, empezaron a brotar puntos en localizaciones clave. Todos ellos señalaban la ubicación de destructores estelares imperiales.
Ardo asintió. «Bien, parece que el Proyecto Starhawk está en marcha...».
FIN