• Melodías de Neviscalia Por Mary Kirby
    Cuento anterior

    Las luces de las mentes que había despiertas por todo Bastión se veían distantes y enmarañadas desde donde Faye las observaba, en las alturas, liviana y sin cuerpo. Los encriptadores como ella permanecían atentos por si llegaban mensajes, mientras realizaban cálculos y organizaban los datos en archivadores. Quizás estaban vinculados a libranceros o centinelas que pilotaban alabardas y atravesaban el aire frío de la noche a gran altura y velocidad. Una sensación de familiaridad la incordiaba. Sabía que ya hacía esto antes de ir al Cenotafio, pero no sabía por qué escudriñaba la oscuridad ni qué buscaba. Era como si aquellas acciones fueran de otra persona.

    Faye dio la espalda a las luces y escuchó el umbral, el susurro de dispositivos moldeadores que realizaban funciones extrañas e incomprensibles, y el tamborileo distante del Himno de la Creación que se distinguía detrás de todo. En algún lugar, en la parte más silenciosa de la oscuridad de este espacio, sabía que encontraría impresiones de sus propios pensamientos, como si fueran huellas sobre el barro. Impresiones de su mente. De sus recuerdos. Si escuchaba con suficiente atención...

    Otro sonido más alto, discordante y exigente hizo trizas su concentración.

    "¿Qué?".

    Faye se puso tensa. El sonido se repitió, y logró centrarse finalmente en él.

    Alguien cercano a ella berreaba una canción típica de Neviscalia. A pleno pulmón. Y sin ningún tipo de piedad por el ritmo, la entonación ni la melodía. De hecho, Faye solo supo que se trataba de una canción neviscaleña por el estribillo: «¡Neviscalia glacial! ¡Neviscalia glacial!».

    Decidió tirar de los hilos de su conciencia para que regresaran a su cuerpo, abrió los ojos y suspiró. El mundo a su alrededor se transformó en la sala del amplificador del peregrino; el espacio era tan angosto que apenas cabían dos personas una al lado de la otra, y ahora además estaba repleto de luces de colores colgantes que resplandecían en la penumbra e iluminaban las estrechas paredes y el bajo techo de metal oxidado.

    Faye apagó el amplificador y se levantó del sillón, ahora cubierto de copos de nieve de papel. Debían de haberlos puesto allí mientras ella estaba conectada. Cómo no. La canción, por llamarla de alguna manera, provenía de la bodega de carga, bajo sus pies.

    Faye siguió el rastro de las decoraciones de papel y del delito musical: llegó a la cocina, pasó al lado de la mesa (y aprovechó para quitar de en medio un par de platos del desayuno de Haluk), bajó por unas escaleras estrechas y encontró a Haluk en la fragua, también engalanada con copos de nieve de papel y luces de colores. Estaba trabajando en su armadura y «cantaba» a voces. Para sorpresa de Faye, la alabarda de Haluk estaba bastante libre de decoraciones neviscaleñas, pero el escandaloso exlibrancero (a quien no había visto ponerse una camisa en todos sus años de amistad) lucía un gorro de punto con un enorme pompón de color amarillo librancero como concesión a las bajas temperaturas.

    —¡Nananá, nananá! ¡Los escaras y los escorpidones se van a dormir, porque hace un frío que te vas a morir! ¡Papám-pampám, papám-pampám, Neviscalia glacial! ¡Neviscalia glacial!

    Haluk hizo un bailecito cuando cambió los alicates por un destornillador.

    —Haluk. —Faye se cruzó de brazos y esperó. Poco a poco, él levantó la mirada de su alabarda.

    —¡Anda, has vuelto! ¿Qué te parece la decoración? —dijo señalando a su alrededor con el destornillador, lleno de orgullo y felicidad.

    —Es muy... —Faye dudó mientras la amistad y el buen gusto libraban una guerra en su mente. Al final, llegaron a un alto el fuego—. Festiva. ¿Has hecho todos los copos de nieve tú solo?

    —Casi todos. Es posible que uno de los novatos me haya echado una manita. —Dejó a un lado sus herramientas y se apoyó contra la fragua para quitarle peso a su pierna mala—. ¿Qué? ¿Estaba armando mucho jaleo?

    Faye suspiró: —El problema no es tanto la cantidad como la calidad.

    —¿Insinúas que no canto perfectísimamente? —Haluk puso una expresión exagerada de estupefacción.

    —Quizás ayudaría si te aprendieras la letra. O la melodía. O cualquier otra parte de la canción.

    —Qué criticona —rio Haluk—. Bueno, de acuerdo. Intentaré no cantar muy fuerte. —Su mirada pareció perderse en la distancia inexistente y suspiró—: Sabes que Neviscalia es muy diferente en los Lodazales, ¿verdad?

    Faye lo sabía, por supuesto. Haluk ya se lo había contado por lo menos media docena de veces: —Sí, es una meditación muy seria e importante sobre el año anterior y luego os preparáis para hacer frente al futuro.

    Haluk soltó una risita: —No cantamos mucho, ¿sabes? Y dime... ¿tienes planes?

    —Pues... —Faye se quedó en silencio. Esto era una prueba, lo sabía. Desde que silenciaron el Cenotafio, su mente divagaba... o quizás era la realidad la que divagaba, Faye no estaba segura. Veía claramente cómo Haluk intentaba ocultar sin éxito su preocupación y cómo la observaba para ver si ella recordaba qué día era, en qué año estaban y su nombre. Faye intentó recordar qué hizo durante las festividades del año pasado, pero algo se removió en su interior. Finalmente, dijo—: Pues tengo la cinta del especial de Neviscalia de este año de La Guardia del Alba. La he estado reservando para el momento oportuno.

    Las emociones se apiñaron en la cara de Haluk, dándose codazos para hacerse un hueco. Recochineo, horror... Al final, la ganadora fue la sorpresa.

    —¿De dónde la has sacado? Ni siquiera lo han emitido aún en Antium.

    A Faye se le dibujó una gran sonrisa en el rostro; hacía meses que se moría de ganas de presumir de esto.

    —Me la envió un colega mío que trabaja allí. Grabaron el especial hace meses, pero claro, tenían que esperarse a que cambiara el tiempo. Como nunca se sabe exactamente cuándo llega Neviscalia... —Faye habría seguido hablando, pero Haluk había empezado a juguetear con su bastón, lo cual era un síntoma claro de que quería irse. Aunque ya sabía la respuesta, preguntó igualmente: —¿Quieres escuchar la cinta conmigo?

    —No, gracias. —Lo dijo casi con pena. Casi—. Es que tengo que salir ya mismo. Si eso... —Dudó un instante, porque todo lo que iba a decir a partir de ahí era mentira, pero era necesario para mantener el Contrato de Amistad Compañeril—. Ya me lo contarás luego, ¿vale?

    —Y tanto —prometió Faye, sabiendo perfectamente no intentaría algo así bajo ninguna circunstancia.

    Haluk asintió, aliviado por haber podido honrar el contrato y no tener que oír hablar a Faye del programa de radio, y se dirigió a la cabina del peregrino dejándola sola en la bodega. Faye dio un gran suspiro y saboreó el silencio. Por un instante, creyó que la bodega de carga, iluminada tenuemente por las guirnaldas de luces, había empezado a quebrarse. Una luz se derramó por entre las grietas del mundo y apareció un patrón como de ondas sonoras que vibraban por los planos de la fragua.

    Solo duró un momento. El motor del peregrino tosió, gruñó y se revolvió, y la bodega de carga empezó a balancearse cuando las piernas de la máquina se empezaron a mover. La realidad volvió con el estruendo rítmico de los pies que aplastaban el suelo y hacían temblar todo el casco.

    Té. Un té le sentaría bien. Faye subió las escaleras hasta la cocina, puso en marcha el hervidor de agua y sacó su reproductor de cintas de la taquilla para colocarlo sobre la mesa. Para cuando su té estuvo listo, el peregrino ya había llegado a su destino y el silencio se apoderó de la cabina.

    Pulsó el botón de reproducir.

    La música retumbó por la cocina y Faye la tarareó hasta que la voz del narrador crepitó en la grabación. «Los lanceros de la élite de Antium no responden ante nadie... Salvo ante el mismísimo emperador. La Guardia del Alba se alza entre la oscuridad de la noche y la luz del día. Ya está aquí Neviscalia. ¿Qué aventuras traerán los gélidos vientos a nuestros héroes?».

    Faye se inclinó hacia adelante, gozando de su té mientras la conocida voz de Walker, la líder de la Guardia del Alba, surgía de la cinta: «Acercaos, libranceros. Tenemos una misión». Faye siempre se había imaginado a Walker como una versión canosa y con alabarda de su madre: piel oscura, cabello oscuro y labrada en metal. Una voz aguda que no conocía se unió a la de Walker: «Miembros de la Guardia del Alba, soy la encriptadora Mirron».

    Faye se puso tensa. ¿Por qué habían metido a una encriptadora nueva? La encriptadora Rada llevaba en la serie las últimas cinco temporadas y, además, era el personaje favorito de Faye. No le quedó otra que prepararse para un giro argumental malísimo, de esos que solo duran un capítulo.

    —Si esto al final es un sueño —murmuró Faye como advertencia—, tiraré la cinta por las Cascadas de Tarsis.

    La encriptadora nueva continuó: «Vengo directa desde Corvus y traigo noticias de una importancia trascendental».

    De repente, un sonido metálico reverberó por el peregrino entero. Un motor gruñó dolorosamente en la bodega de carga e hizo descender el elevador desde el techo del peregrino. Con una mueca, Faye detuvo la cinta.

    Se asomó por la barandilla para ver la bodega. Dos alabardas bajaron del elevador y se quedaron en un espacio que cualquier persona cuerda diría que no estaba diseñado para contener más de una alabarda. La primera era una Comando decorada con vinilos de llamas rosas y la segunda era una Interceptor pintada para que pareciera cubierta de escamas de piranix. Ojearon nerviosos a su alrededor, arrastrando los pies de acero e intentando en vano no chocarse ni tirar las decoraciones que colgaban precariamente sobre sus cabezas. A la Interceptor ya se le había quedado un copo de nieve de papel pegado en el brazo, y le dio un codazo a la Comando en el pecho cuando intentó quitárselo con las enormes manos metálicas.

    Haluk gritó desde la parte superior de las escaleras que llevaban a la cabina: —¡Venga, libranceros! Rapidito, ¿vale?

    —Haluk. —Faye consiguió imbuir esa palabra con un tono que expresaba la posibilidad de arrojar a su amigo por la barandilla y ahorrarle bajar las escaleras.

    Haluk se detuvo en mitad de la cocina: —Perdona, perdona. Los sacaré afuera para no molestarte. —Y bajó lo más rápidamente que pudo hacia la bodega de carga.

    Faye se quedó mirando fijamente el mueble que tenía justo en frente de ella, tamborileando la taza de té con los dedos.

    —No os pongáis muy cómodos. —La voz de Haluk resonaba desde la bodega—. Me subo a la alabarda y volvemos a salir ahora mismo. Aquí dentro no podríais aprenderos el recorrido.

    Después de estas palabras, llegaron a oídos de Faye un buen puñado de gruñidos que Haluk soltó mientras intentaba subirse a su Coloso, y más sonidos de pies que se arrastraban por parte de los dos libranceros que le esperaban. El ruido sordo atronador que hizo la alabarda de Haluk al salir de la fragua anunció que, esta vez, al menos había conseguido conectarse al umbral lo suficientemente bien como para moverse.

    —Bien. —La voz de Haluk llegaba distorsionada a través de su casco—. Recordad: cuando estemos fuera, mantened la calma y estad listos para cualquier cosa. —Hubo una pausa—. ¿Qué pasa, Verder?

    Faye se aventuró a echar otra ojeada hacia donde estaban.

    El espacio, que ya era estrecho para las dos alabardas de los novatos, se veía opresivamente atestado con la enorme Coloso de Haluk entre ellas. Además, iba envuelto en una guirnalda de luces que había descolgado accidentalmente al salir de la fragua. La Comando bajó la mano que había alzado y una voz indecisa de contralto se filtró por el casco: —Mmm... ¿Cómo se prepara uno para «cualquier cosa»? Eso son... muchas cosas.

    Hubo otra pausa y, cuando Haluk contestó, Faye reconoció que estaba usando su tono más diplomático: —¿Sabes qué? Eso es algo en lo que tenemos que trabajar. Vamos, Ardsley, empiezas tú —dijo señalando al elevador con un gesto de cabeza.

    —¿Yo? —La voz de tenor que llegó desde la Interceptor con escamas tenía cierto tono ofendido—. Pues vale. Acabemos ya con esto.

    El motor del elevador se activó de nuevo y, con el peso de las tres alabardas, el gruñido que soltó fue incluso más estridente. Faye cerró los ojos, como si así pudiera bloquear el ruido que le taladraba los oídos. Un último golpe metálico resonó por todo el peregrino cuando el elevador se detuvo.

    Silencio.

    Faye dejó su té en la mesa; ya se habría enfriado. Respiró profundamente y mantuvo el aire en los pulmones, esperando. Algo se le habría olvidado a Haluk, seguro. O uno de los libranceros novatos volvería para ir al lavabo. Algo.

    Después de otro momento de silencio, soltó el aire lentamente y pulsó el botón de reproducir.

    «...para que el emperador pueda dormir tranqui...». La voz perennemente preocupada del lancero Hawking estaba a media frase cuando Faye, irritada, paró la cinta de nuevo. Se había perdido algo, así que rebobinó y volvió a pulsar el botón de reproducir.

    La música del principio resonó de nuevo: «Los lanceros de la élite de Antium no responden ante nadie... Salvo ante el mismísimo emperador. La Guardia del Alba se alza entre la oscuridad de la noche y la luz del día. Ya está aquí Neviscalia. ¿Qué aventuras traerán los gélidos vientos a nuestros héroes?».

    La encriptadora nueva se presentó otra vez: «Miembros de la Guardia del Alba...».

    El intercomunicador del peregrino cobró vida con un estruendoso ruido estático, y Faye estuvo a punto de lanzarle la taza de té con toda su ira.

    —Oye, Faye... —La voz doblemente distorsionada de Haluk sonaba un poco contrita—. De verdad, perdona, pero ¿podrías subir a la cabina y activar nuestro transmisor? La señal se corta todo el rato.

    Con un suspiro, Faye paró la cinta de nuevo y se puso en pie. Las escaleras que había al otro lado de la cocina conducían a la pequeña cabina. Ese lugar, más que cualquier otro del peregrino, era la habitación de Haluk, y parecía que Neviscalia hubiera explotado allí dentro: en el asiento del conductor, había dejado un montón de copos de nieve de papel inacabados dentro de una caja de espumillón, y el panel de control estaba adornado con peluches de korox y lucecitas de colores. Bajo la consola, había metido una bufanda de punto que podía medir tranquilamente cuatro metros. A Faye no se le ocurría para qué querría Haluk una bufanda tan larga. ¿Se la pondría a su alabarda, quizás? Finalmente, Faye encontró el panel del transmisor, lo activó y se volvió para usar el intercomunicador, que tenía korox de papel pegados por encima.

    Le dio tal golpe al botón del intercomunicador que pensó que le saldría un moratón y todo: —Ya está. —La voz de Faye sonó mucho más enfadada de lo que ella había querido.

    Más ruido estático llegó del intercomunicador: —¡Gracias, Faye! Perdona otra vez por la molestia.

    Faye echó otra mirada al caos festivo de la cabina, resopló con repulsión y bajó las escaleras hasta la cocina.

    Cuando llegó, observó el reproductor de cintas con el ceño fruncido y rebobinó otra vez. Necesitaba más té. Y algo para picar. ¿Cómo se le había ocurrido intentarlo sin picoteo? Encendió el hervidor de agua de nuevo y esperó el conocido ruido de las burbujas.

    En medio del silencio de la cocina, le pareció que unos patrones emergían de los armarios y del suelo, unos patrones que ondeaban al ritmo de un sonido inaudible. Faye cerró los ojos con fuerza para no verlos. Si no los veía, no los oiría, ¿no? Aguantó la respiración, temblando de pies a cabeza mientras las foráneas notas del Himno de la Creación resonaban por la cocina del peregrino.

    El hervidor de agua silbó intensamente y se apagó. Faye abrió los ojos y, lentamente, soltó el aire que había almacenado en los pulmones. Con paso vacilante, se sirvió otra taza de té y la llevó con sumo cuidado a la mesa. Se sentó con cuidado, como si temiera caerse a través de la silla.

    Pulsó el botón de reproducir.

    El elevador protestó con un chirrido lacerante y Faye detuvo la cinta inmediatamente.

    Haluk entró en la fragua con su enorme Coloso.

    Faye se asomó por la barandilla y observó como él, con la cara colorada, se bajaba de la alabarda con dificultad. Una advertencia se activó en su mente: —¿Algún problema? —preguntó, mientras se le marchitaban en silencio los muchos comentarios enfadados que le habían saltado a los labios.

    —Sí, con la alabarda. —Haluk señaló con irritación a la Coloso vacía que ambos sabían que funcionaba perfectamente—. La conexión con el umbral viene y va. Los brazos y las piernas se me empezaron a bloquear y luego perdí la conexión con el transmisor. Este trato viejo ya no sirve; debería buscarle algún uso mejor. —Con su bastón en mano, empezó a subir las escaleras—. Podría usarlo de perchero o de papelera.

    —Sería un pisapapeles excelente —coincidió Faye, honrando los términos del Contrato Compañeril y observando cómo su amigo descargaba su frustración consigo mismo pisando lo más fuerte posible cada escalón. Por ayudar, añadió: —También podríamos usar la Coloso de maceta, ¿no? Si la llenamos de helechos, le daría un toque hogareño al peregrino.

    Haluk se rio a carcajadas y sacudió la cabeza: —Bueno, voy a ver si puedo comunicarme por radio con los novatos. —Se detuvo a medio subir hacia la cabina y añadió tímidamente: —Perdona... otra vez. Por todas las interrupciones.

    —Si es que ya te vale...

    —¡Te compensaré! —gritó Haluk casi desde arriba—. Cuando volvamos a Fuerte Tarsis, te compraré una bolsa de esos buñuelos que te gustan.

    —Que sean dos. —Faye se sentó de nuevo y puso en marcha la cinta. Otra vez.

    «Los lanceros de la élite de Antium no responden ante nadie... Salvo ante el mismísimo emperador. La Guardia del Alba se alza entre la oscuridad de la noche y la luz del día. Ya está aquí Neviscalia. ¿Qué aventuras traerán los gélidos vientos a nuestros héroes?».

    «Acercaos, libranceros...»

    Y, por supuesto, los motores del peregrino arrancaron con pereza y la cocina empezó a balancearse al ritmo de los pasos. Con una frustración infinita, Faye suspiró y detuvo la cinta. Se quedó mirando el suelo a sus pies, ensayando mentalmente la discusión que estaba a punto de tener con su compañero.

    Unas grietas se abrieron en el suelo. De ellas emergía una luz que lo bañaba todo. En el interior de esa luz, extraña y fría, Faye creyó ver formas que se movían.

    —Perdona, Faye. —La voz de Haluk, que crepitaba por el intercomunicador, ahuyentó la visión—. Hay una montaña o algo que bloquea la señal de radio. Voy a buscar un sitio mejor.

    En la mente de Faye, el alivio y la irritación se batieron en una batalla tan cruenta como breve. No hubo ningún vencedor. Con deliberada lentitud, Faye se puso en pie, atravesó la cocina tambaleante, subió las escaleras y llegó hasta Haluk justo cuando el peregrino se detuvo. En cuanto él se desconectó del umbral y retiró su conciencia del peregrino para devolverla a su cuerpo, Faye agarró un korox de peluche del panel de control y se lo tiró a Haluk con toda la fuerza que pudo. Le dio de lleno en el pecho con un pitido jadeante y rebotó hacia el suelo.

    —¡Faye! —Haluk parecía sobresaltado y levantó a medias del asiento del conductor—. De verdad, que te lo compens...

    Ella le hizo callar con un gesto. —No. Se acabó. —Respiró profundamente para calmarse—. ¿Quieres que coordine... lo que sea que estáis haciendo?

    —Nah, no te quiero molestar. —Haluk se mostró inmediatamente avergonzado en cuanto esas palabras salieron de su boca—. Más de lo que ya... te he molestado, supongo.

    Faye tomó aire para cantarle las cuarenta pero, en vez de eso, lo soltó y dijo: —No pasa nada. Voy a activar el amplificador.

    Puede que no consiguiera recordar las fiestas del año anterior, pero jamás olvidaría estas, de eso estaba segura.

    Haluk, con cara de alivio, se volvió a sentar y se inclinó sobre la radio: —Eh, ¿me oís los dos? Esperad un segundo, ¿vale? La encriptadora se está preparando.

    Faye se dirigió al amplificador y se sentó en el sillón. Cuando la conexión se estableció, los hilos de su conciencia abandonaron su cuerpo, la estrechez de la sala del amplificador y el peregrino repleto de luces de colores y decoraciones de papel. En la oscura inmensidad del umbral, Faye vio las luces parpadeantes de Haluk al reconectar el peregrino con las alabardas de los dos libranceros novatos. Faye se extendió y los tocó para llevarlos hasta su mente. No tardó en ver la nieve que caía sobre Bastión a través de dos pares de ojos y de los visores del peregrino. Pudo oler el hielo en el viento y sentir cómo se formaba escarcha en el casco del peregrino. Percibía el mundo de una forma increíblemente cercana y real.

    —Muy bien, libranceros —dijo—. A trabajar.

    A través del umbral, desafinando horriblemente, Haluk empezó a tararear una melodía de Neviscalia. Un momento después, Faye le hizo llegar la letra.


    Agradecimientos especiales: John Dombrow, Ryan Cormier, Cathleen Rootsaert, Jay Watamaniuk y Karin Weekes.


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