Inicio Acerca de Anthem Características del juego Modos de juego Alabarda Comando Alabarda Coloso Alabarda Interceptor Alabarda Tormenta Centro de información para principiantes Preguntas frecuentes para principiantes Trucos Y Consejos CONVICTION KIT DE FAN ART Retransmisiones en directo Fondos de pantalla Kit para redes sociales Capturas de pantalla Banda sonora Vídeos Últimas noticias Actualizaciones de juego Actualizaciones del mundo Acerca de Anthem Características del juego Modos de juego Alabarda Comando Alabarda Coloso Alabarda Interceptor Alabarda Tormenta Centro de información para principiantes Preguntas frecuentes para principiantes Trucos Y Consejos CONVICTION KIT DE FAN ART Retransmisiones en directo Fondos de pantalla Kit para redes sociales Capturas de pantalla Banda sonora Vídeos Últimas noticias Actualizaciones de juego Actualizaciones del mundo EA app para Windows Xbox One PlayStation®4 EA app para Windows Xbox One PlayStation®4

Cuento popular de las Fiestas de las Calaveras - El mechero

Por Jay Watamaniuk

História anterior Siguiente historia

Temía abrir los ojos. Su mente se aferraba a la acogedora oscuridad.

De repente, un claro recuerdo de metales rotos, fuego y gritos le hizo despertar con el corazón desbocado. Tomó aire y fue como si alguien frotara un pedernal con un hierro oxidado. Tosió. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Parpadeó. Todo era borroso y confuso. Tenía algo cálido en la cara. Trató de quitárselo con la mano, pero solo consiguió restregárselo por la mejilla. El borrón empezó a cobrar forma. Frente a él, rayos de luz cegadora entraban por unas aperturas diagonales. Estaba mirando lo que antes debía ser el suelo y ahora era una pared. Se dio cuenta de que el mundo estaba de lado.

Las formas grises y negras a su alrededor eran un amasijo de muebles rotos, cajas y metal retorcido. Había cables que soltaban chispas y jirones de lona colgando como gruesas enredaderas. Algo le estaba oprimiendo. Lo empujó. Era una caja. Su caja, recordó. Había llevado su mercancía a un vendedor de telas de Fuerte Tarsis. No llegaron a un acuerdo: había demasiados riesgos. Había sentido la voz de su hermana en su interior pidiéndole que tuviera cuidado. Decidió volver a Antium en el peregrino ese mismo día. Eso había sido ayer.

Ahora era todo dolor y pinchazos. ¿Qué ha pasado? Un accidente. ¿Dónde estaban todos?

—¿Ho... ho...? —Quería hablar, pero su garganta era como una chimenea vieja. Volvió a toser para aclarársela— . ¿Hola? Necesito ayuda. —Al hablar, la garganta le ardía y picaba.

Solo hubo silencio. No, silencio no, el graznido de un pájaro. Un zumbido incesante de insectos. Un farfullo ahogado. Frente a él, veía vegetación y humedad a través de los tajos por donde pasaba la luz. La selva. Nunca antes había estado tan cerca. La mayor parte de su vida había transcurrido entre enormes y gruesas murallas que lo protegían de las criaturas que habitaban en la naturaleza. Se imaginó que había algo ahí fuera en ese momento que se sentiría atraído por su olor. Había pasado la vida ocultándose.

Trató de ponerse de pie. Notó una terrible punzada de dolor. Un trozo de metal sobresalía por su pierna derecha. Un hilo de sangre le bajaba por la pierna. Se quedó paralizado. Temía empeorar la situación. «Quédate aquí sentado», pensó. «Es lo mejor. Seguro que hay alguien en camino». Un largo aullido resonó en la lejanía. Cerró los ojos. «Tiene que haber alguien en camino».

Los minutos iban pasando. Moviéndose con cuidado, logró alcanzar un cigarrillo y un pequeño mechero metálico.

***

—Toma —le había susurrado su hermana, hace muchos años. Estaban escondidos debajo de un cargador que había volcado. El mechero estaba desgastado y arañado—. Te dará buena suerte, ya verás. —Quería que asintiera con la cabeza. El miedo le impedía moverse. Ella le sacudió. Él trató de asentir—. Quédate aquí. En silencio. Estarás a salvo. —Tenía una gran sonrisa que le iluminaba la cara entera—. Solo voy a echar un vistazo.

Miró a ambos lados rápidamente y salió corriendo.

***

El sol vespertino de la selva hacía que las paredes metálicas emanaran un calor sofocante. A su alrededor, las colillas iban cayendo una tras otra. Un ritual para calmarse. Su camisa estaba empapada en sudor. La sangre recorría su pierna con cada punzada de dolor. El calor y la humedad eran cada vez más intensos a pesar de estar atontado. Su mente empezó a divagar.

***

Hacía mucho que se había ido. Estaba solo. Unas largas garras intentaban alcanzarle. Se escuchó un ladrido.

***

Se despertó con un sobresalto y un gran dolor le subió por la pierna. ¿Había algo allí? Entrecerró los ojos y prestó atención. Solo se escuchaba la naturaleza. Soltó aire y centró la mirada. El sol se estaba poniendo y los colores iban atenuándose. Ya oscurecía y no había venido nadie.

En la lejanía, un aullido largo y grave resonó en la verde oscuridad. Le dio un vuelco el corazón. Abrió y cerró los puños una y otra vez. «Tienes que moverte». No, tenía que quedarse quieto. Abrió y cerró los puños. El recuerdo de la última sonrisa de su hermana le cruzó la mente. Le dio una última caladita al cigarro y lo tiró con los otros. «La cabina debe de andar por ahí arriba, ¿verdad? Tiene que haber algún tipo de dispositivo para emergencias. Una señal que se pueda enviar o algo así. «Vale», asintió con la cabeza, «vale, te vas a mover». La pierna protestó. Encendió el mechero para ver mejor. Tenía mala pinta. Apagó el mechero. Todo se volvió tenebroso. Se limpió las manos en la camisa. Se apoyó en una caja pesada y en la pared; cerró los ojos.

«No puedo hacerlo. No debería moverme de aquí».

«Solo voy a echar un vistazo», había dicho.

Se impulsó y el metal le atravesó la pierna. Sintió como si le hundieran una daga al rojo. Empezaba a ver estrellitas. Tanteó con la mano y se agarró a un tubo curvado. Se apoyó de una manera rara contra la pared y parpadeó para que desaparecieran las estrellas. Se sujetó con brazos temblorosos y vio el charco de sangre a sus pies. Presionó la herida con la mano y la sangre se le escurrió entre los dedos. Se le revolvió el estómago. Buscó a su alrededor algo que le sirviera de ayuda y encontró una tira de tela blanca que colgaba de una caja rota. Su caja. Tiró de la tela y la utilizó para vendarse la pierna. La tela se tiñó rápidamente de rojo; arrancó el sobrante con los dientes. Estaba temblando cuando terminó de anudarla. De acuerdo. Se estremeció. «Muévete».

***

Permaneció bajo el cargador toda la noche agarrando con fuerza el mechero. Se oían ladridos en la lejanía. Nunca la volvió a ver.

***

Cojeó lenta y dolorosamente siguiendo una pared que ahora le servía de suelo mientras esquivaba los escombros. Vio un tramo corto de escaleras en la pared de enfrente. Se podía leer en un amarillo desgastado «SOLO TRIPULACIÓN». Distraído, dio un paso al frente y cayó al vacío.

Quedó enredado de brazos y piernas en unos suaves zarcillos. Estaba atrapado. Era como si unas arenas movedizas tiraran de él. Encontró unas cuerdas finas con la mano. Era una malla. Había grandes sacos en los que ponía «DESTINO: FORTÚO». Soltó aire. Fortúo, la colorida, bulliciosa y preciosa ciudad comercial costera. Siempre quiso ir allí, hacer negocios de verdad, labrarse su propio camino. Pero siempre estaba muy lejos o era muy peligroso. Se apoyó en los paquetes ensangrentados y logró ponerse de pie en la malla. Tras avanzar un poco más a duras penas por el corredor, notó una brisa en la cara. Apartó una cortina de cables sueltos y de repente sintió un fuerte viento en la cara. Una maraña de ramas rotas había atravesado una ventana grande y permitía el paso de la oscura y salvaje naturaleza en la habitación de metal. La cabina. Lo había conseguido.

Le llevó un momento identificar lo que había en la habitación ladeada con tan poca luz. La ventana rota cubría la sombría parte superior. Apenas podía distinguir un gran panel con botones e interruptores a la derecha de la ventana. Vislumbraba la silueta del asiento del piloto un poco más adelante, bien anclado a lo que ahora era la pared derecha. Tenía que llegar a ese panel. Entró en la habitación mientras jugaba con el mechero.

Una mano ensangrentada colgaba por debajo del asiento del piloto. Al verla, se quedó sin respiración. Se detuvo un momento. ¿Había alguien con vida? —¿Hola? —logró decir. Su voz era apenas un suspiro. Avanzó cojeando unos pocos pasos más sin soltar el mechero. —Hola, ¿estás bien? —La mano permanecía inmóvil. Se agarró a la estructura del asiento y se acercó. El apagado tono de la sangre lo cubría todo. Se armó de valor, miró al asiento y vio a la piloto desplomada a un lado. Había ramas llenas de sangre por todas partes. Era joven. Bajo las ruinas se veían unos cuantos dientes blancos y brillantes. 

***

«Estarás a salvo», le había dicho.

«Solo voy a echar un vistazo».

***

Se dio la vuelta, sus piernas flaqueaban. El mechero se apagó y se quedó a oscuras. Debió de haberse quedado donde estaba. Su corazón desbocado le impedía moverse. No se soltaba de la parte trasera del asiento del piloto, no separaba la cara del metal cálido. Luchó para que el miedo no se apoderara de él. La piloto estaba muerta. Todos habían muerto y nadie iba a encontrarle. Si te mueves, mueres. Eso es lo que sabía. Con el pánico volvieron las preguntas que tantas veces se había hecho en el pasado.

¿Por qué se marchó su hermana? Habría estado a salvo.

«Pero yo no estoy a salvo». La luz del mechero parpadeó. «Tengo que seguir adelante». Más allá del cadáver, estaba el panel de control. Pasó por debajo de la silla y se acercó cojeando mientras trataba de aclararse las ideas. Estaba allí para conseguir ayuda. Habría alguna señal o interruptor. Recorrió de arriba a abajo el panel. Los ojos le escocían por el sudor que le había entrado. A la luz del mechero, vio la raya roja que recorría un mango de acero. 

BALIZA DE EMERGENCIA

Asió el mango y lo empujó hacia la derecha. Se oyó un sonido metálico. Seguro que había funcionado. Lo había conseguido. Apagó el mechero. Todo era oscuridad. Esperó, aunque no sabía a qué atenerse. No había luces, pitidos ni señales. Volvió a encender el mechero para echar un vistazo más de cerca, pero no había nada que ver. No había electricidad. El fuego titilaba, el mechero se estaba quedando sin gas. Apagó el mechero. Oscuridad. Estaba cansado. Se maldijo a sí mismo por salir de su escondite.

Su hermana ya había cometido esa estupidez. Tenía muchísimo miedo.

Allí estaba, de pie a oscuras en la cabina. Los aullidos cada vez se oían más cerca.

No me podía mover.

Ni siquiera para salvar mi vida.

Ella no tuvo elección. Salió para alejar a los monstruos.

Las lágrimas le nublaron la vista. Ahora entendía la imagen de su hermana sacudiéndole. No era capaz de hacer nada. Su sonrisa reconfortante. Su vida, tan llena de luz, que se apagó demasiado pronto. No. No podía acabar así. Le ardían las heridas.

Encendió el mechero. Con la luz pudo ver que el vendaje se le estaba cayendo. Apagó el mechero. Oscuridad. Tuvo una idea: necesitaba algo grande y brillante. Y valiente.

Cojeó hasta la ventana y se deslizó entre el amasijo de cristales rotos. Se rajó la camisa y se cortó el pecho a medida que avanzaba. Con un último impulso, se lanzó por la ventana y cayó a la selva. El barro frío le causó una gran impresión después de pasar tanto tiempo asándose en el peregrino. Respiró hondo por primera vez al aire libre.

Tras levantarse, avanzó siguiendo el cuello del peregrino, tanteando el metal con una mano y con la otra por delante. Encontró un paquete blando de lona. Intentó encender el mechero. Nada. Volvió a intentarlo. Una llama titilante. Era un paquete enorme, abierto. Muchas telas habían caído al barro y otras tantas formaban blancos senderos. Acercó el mechero a la tela. Una media luna ardiente empezó a prender extendiéndose por los hilos. Dio un paso atrás y se le cayó el mechero. Las llamas cobraron vida. Su última llamada de auxilio creció y relució en la oscuridad. No quedaba otra opción. Su hermana lo habría entendido.

 


Agradecimientos especiales: Cathleen Rootsaert, Mary Kirby, Karin Weekes y Ryan Cormier


Noticias relacionadas

Celebra el primer año de Anthem

Anthem
25-feb-2020
Descubre cómo puedes obtener tu regalo de aniversario para celebrar el primer año de Anthem.

Notas de la versión 1.7.0 de Anthem

Anthem
25-feb-2020
Es posible que acabes de descargar una actualización de Anthem (1.7.0). Aquí tienes una lista de las correcciones que incluye esta actualización.

Notas de la versión 1.6.2 de Anthem

Anthem
22-ene-2020
Es posible que acabes de descargar una actualización de Anthem (1.6.2). Aquí tienes una lista de las correcciones que incluye esta actualización.