Cuento popular de las Fiestas de las Calaveras - Fuego interior
Por Karin Weekes
El visor de la alabarda se estrelló contra el suelo y se partió por la mitad.
—¡Mierda! —gruñó Zoe, apartando el codo con el que había tirado la máscara de la mesa llena de trastos. Se agachó para recoger los trozos y echó un vistazo al reloj: no le iba a dar tiempo a acabar antes de tener que irse a trabajar a la Fragua.
—Esa boca, mamá —le recordó la luz de su vida—. Si yo no puedo decir eso en el cole, tú tampoco.
—En mi casa hablo como me da la gana. Además, eso casi ni es una palabrota —dijo Zoe mientras tiraba los trozos encima de la encimera, que estaba tan abarrotada como la mesa de la cocina—. Además, ¿por qué estoy haciendo yo esto, si eres tú el que quiere una máscara de Coloso nueva?
—Porque tú eres mecánica de alabardas —contestó Anden con la autoridad de un niño de doce años.
—Pegar trozos de cosas al tuntún es más difícil que construir una de verdad —refunfuñó Zoe estirándose. Rozó con los nudillos las paredes irregulares del pequeño apartamento, y respiró hondo el aroma de la pintura y del queso fundido de los bocadillos que habían preparado para comer—. ¿Por qué no puedes llevar otra vez la máscara de Comando azul? Nos quedó muy bien.
—Esa le pega más a un niño pequeño. Los libranceros que son la hostia de verdad pilotan Colosos.
—Todos mis libranceros son la hostia, que lo sepas. ¿Y por qué tú puedes decir «hostia» y yo no puedo decir «mierda»? Anda, tráeme el pegamento.
Anden puso los ojos en blanco mientras se abría paso por la estrecha cocina para dejar un bote de pegamento en la mesa.
—Cuando yo sea librancero, tendré una Coloso.
Zoe reprimió un suspiro cuando Anden mencionó la gran aspiración de su vida. Otra vez. Si él viera las alabardas que ella reparaba... Acababan destrozadas y quemadas por obra de monstruos, humanos o cualquier otro tormento que persiguiera a los libranceros a todas horas. Tal vez eso le quitaría las ganas.
—¿Me sujetas esto, a ver si consigo pegarlo? Sí, así...
—Y hablando de alabardas... — el tono de Anden le sugería que no le iba a gustar la idea que iba a proponer— ... se me ha ocurrido que este año podría ir contigo a la hoguera que hacen más allá de las puertas...
Zoe levantó las cejas: —¿No me digas? Yo pensaba que querías participar en el concurso de máscaras de la hoguera familiar.
El cabello de Anden, del mismo marrón rojizo que el de Zoe y cada vez más largo, se posó sobre sus ojos cuando negó con la cabeza: —La hoguera familiar es enana. Es para niños pequeños...
—Y es segura —añadió Zoe.
—Pues claro, porque la ponen en medio del Fuerte —bufó Anden—. Pero si voy a ver la hoguera de las Fiestas de las Calaveras de verdad, podré salir de las murallas con los libranceros.
—Que están trabajando horas extra para que no se acerquen los escorpidones —le recordó Zoe—. La gente que sale a la hoguera exterior tiene que poder apañarse sola.
—Yo me puedo apañar solo —dijo Anden a la defensiva—. Mamá, tú conoces a todos los libranceros. Es una oportunidad muy guay para presentarme a alguien que pueda hacerme de mentor.
Zoe puso la tapa sobre el bote de pegamento con un poco más de fuerza de la necesaria: —Mira, si necesitas que te ayude a hacer una máscara para un disfraz, no estás listo ni para acercare a una alabarda de verdad.
La figura desgarbada de Anden se hinchó al tomar aire, indignado: —¿Y cómo me voy a acercar a una alabarda de verdad si nunca empiezo a entrenar?
—No pienso hablar de esto —sentenció Zoe. Deslizó el casco en dirección a Anden y se puso en pie: —Si tan maduro eres para la hoguera de la puerta, puedes apañarte solo con tu puñetera máscara. Yo tengo que irme a la Fragua.
—¡Pero, mamá, que es fiesta! ¿Por qué tienes que trabajar?
—Pues porque Jak el Afortunado ha tenido otro encontronazo con un ursix, y tengo que hacerle un apaño a su Comando para que pueda salir a patrullar la hoguera esta noche.
Los ojos de Anden se iluminaron con esperanza bajo su pelo desaliñado: —Un momento... Si soy lo bastante maduro, ¿significa eso que me vas a llevar a la hoguera de la puerta?
—Si terminas de pintarla y llegas a tiempo. —Zoe sacó su equipo de la estantería repleta y, muy a su pesar, sonrió cuando Anden gritó «¡Mola!» y dio un puñetazo al aire. Abrió la cremallera de su mochila; allí estaban los trozos que había reunido para hacer su propia máscara de Interceptor (y que estaba sin acabar). «Una de las muchas alegrías de ser madre», pensó con cierta tristeza mientras dejaba los contenidos de la mochila en el estante. Al menos Anden tendría una máscara chula... si conseguía terminarla.
—Mamá, ¿dónde está la pintura naranja?
—En el tercer estante, en la caja con la pintura turquesa que compré para mi máscara —dijo Zoe echándose la mochila al hombro. —Esto me llevará un par de horas, así que es mejor que nos veamos al lado de la puerta, ¿vale? ¿Sabes llegar hasta allí?
—Sip —dijo Anden distraídamente mientras rebuscaba por la caja de pinturas.
Zoe se detuvo en la puerta: —Tienes que ser puntual, ¿eh? Es un marrón llevar a la gente al otro lado de las murallas, aunque solo sea para estar al lado de la puerta. Los centinelas y los libranceros tienen que saber más o menos la cantidad de gente que hay para no perder a nadie de vista.
—Vale. —La punta de la lengua de Anden asomaba mientras pintaba cuidadosamente la máscara.
—Bueno, pues te veo allí. Te quiero, enano.
—Y yo a ti también. —Anden no levantó la vista cuando Zoe salió casi corriendo por la puerta.
El sol se ocultaba tras los muros de Fuerte Tarsis cuando Zoe se abrió paso entre la multitud que se dirigía a la puerta. El trabajo con la alabarda de Jak se le había alargado porque estaba bastante peor de lo que él le había dicho, y al final se le había hecho tarde... después de haberle insistido a Anden en que fuera puntual. Vamos, la historia de su vida como madre.
Avanzó como pudo por una calle estrecha y dejó atrás a una pareja que lucía... ¿se suponía que eran máscaras de lupones? Anden hacía lupones mejores cuando tenía seis años... y de eso hacía ya bastante tiempo, pensó con un suspiro.
Tendría que haber sido firme y llevarlo a la hoguera familiar también este año, pero lo del mentor la había descolocado. ¡Anda que no era listo! Quizás alguno de sus libranceros podría contarle unas batallitas para darle un choque de realidad. Jak no: las historias que él y su compañera Rythe contaban hacían que sus peligrosas misiones sonaran "un poco demasiado" divertidas.
Al doblar la última esquina, Zoe vio por fin la puerta principal. Las antorchas que salpicaban la robusta muralla que protegía Fuerte Tarsis relucían a la luz menguante del ocaso. El humo hacía que le lloraran los ojos mientras buscaba entre la multitud... pero no logró encontrar a Anden. ¿Había perdido la noción del tiempo otra vez? ¿O quizás le había pasado algo?...
—¡Valientes fiestas! —bramó un centinela—. Esta noche, nos reunimos para atravesar las murallas y encender las llamas que expulsan la oscuridad y acobardan a nuestros enemigos. ¡Celebremos otro año de supervivencia!
El gentío con ganas de fiesta se fue estrujando hacia la puerta, ansioso por vivir la peligrosa emoción de aventurarse al otro lado de las murallas que mantenían a raya a todo tipo de seres salvajes. Zoe alzó el cuello con la esperanza de ver un destello naranja entre los multitudinarios destellos naranja que fuera su Coloso.
—¡Mamá!
La preocupación dio paso a la frustración en cuanto vio un brazo larguirucho saludándola. Debajo, había un casco de Coloso que, debía admitir, no estaba nada mal.
—¡Ahí estás! ¿Qué ha pasado con lo de «sí, mamá, seré puntual»?
—Ya, es que...
—No pasa nada —suspiró, sintiendo una pequeña punzada de hipocresía—. Han abierto la puerta, así que vamos. Será mejor que te quites la máscara hasta que estemos fuera. Ya cuesta bastante ver con tanta gente achuchando.
Anden se aseguró de tener bien controlada su mochila y protegió con cuidado su casco mientras avanzaban a través de la puerta. Sus ojos marrones brillaron de emoción, asombro y un poco de miedo cuando la gente se empezó a apartar y se dio cuenta de que estaba al otro lado de las murallas de verdad.
La multitud fue acallándose y abriendo paso a dos centinelas que se dirigían a una enorme pila de madera, una pila que no tardaría en convertirse en la hoguera más brillante del Fuerte. Con antorchas en las manos, los centinelas clamaron: —¡Valientes fiestas!
—¡Y que los huesos salgan impolutos! —rugió la multitud en respuesta.
Zoe no había salido al exterior para ver la hoguera desde que nació Anden. Mientras todo el mundo prestaba atención a los centinelas, ella escrutaba la oscuridad más allá del gentío en busca de señales de peligro.
—Esta parte es la mejor —susurró Zoe cuando se volvió hacia su hijo—. A pesar del lío para llegar, me alegro de que puedas ver esto.
—Yo también, mamá. ¡Guau!… —Anden se unió al clamor cuando los centinelas bajaron sus antorchas y las llamas se alzaron hacia el cielo. —¡Hala! ¡Qué rápido arde!
—Sí, supongo que le habrán puesto algún acelerante —dijo Zoe mientras observaba cómo la cara de Anden relucía en aquella luz cálida—. Mola, ¿eh?
—Es una pasada. ¿Y ahora qué?
Justo en ese momento, el grupo musical que había junto a las murallas empezó a entonar una canción de celebración.
—Ahora empieza la fiesta.
Zoe condujo a un asombrado Anden hasta unas mesas repletas de comida, atraídos por los deliciosos aromas. También había feriantes que desafiaban a los presentes a poner a prueba su suerte en juegos de azar. Mientras se acercaban al escenario donde pronto se celebrarían los concursos de máscaras, Zoe escudriñaba periódicamente la oscuridad. Los centinelas y los libranceros habían formado patrullas de vigilancia especiales, pero nunca se sabía qué podía atraer el fuego y el ruido.
—¡Hala! ¡Mira las máscaras de Coloso que llevan esos! ¿Ves, mamá? Te dije que las máscaras de Coloso eran la hostia.
—¡Vaya, parecen casi auténticas! —Los chicos parecían unos cuantos años más mayores que Anden, y Zoe supuso que habían pasado más de una semana preparando esas máscaras.
—Son de los míos. ¡A lo mejor me pueden explicar cómo mejorar el visor! —Anden se dirigió felizmente hacia el grupo de adolescentes, casi dando saltitos mientras se colocaba el casco.
«Ahí va», pensó Zoe mientras observaba el grupo. Le pareció que la chica alta de pelo oscuro era Rin, la sobrina de otro mecánico con el que trabajaba. Varios chicos reían y presumían, muy seguros de sí mismos.
«Uno está más seguro en un grupo grande, y es bueno para él relacionarse con otros chavales», se dijo. Con la intención de distraer su cerebro preocupado, Zoe se dio la vuelta y se dirigió hacia un vendedor de sidra. No había avanzado mucho cuando Anden reapareció a su lado.
—Qué rápido. ¿Te han dado buenos consejos?
—No, la verdad es que no —contestó Anden casi con un susurro—. Han dicho que mi máscara estaba bien para un crío y después... han dejado de hablarme.
Con el corazón encogido, Zoe intentó animarle: —No les hagas mucho caso, enano. Ellos no son mecánicos de alabardas de verdad.
Anden se encogió de hombros por toda respuesta, con la mirada fija en la grava que había a sus pies.
—¿Te apetece una mazorca caramelizada? —propuso Zoe con la esperanza de distraerlo del dolor que prácticamente irradiaba su cuerpo delgaducho.
—Gracias, pero no tengo hambre.
—¿Y un poquito de sidra? Siempre la traen fresca y... —Zoe no pudo acabar la frase, pues un grito desgarró el aire. La gente se volvió hacia su origen: el grupo de jóvenes con el que había estado Anden.
Un lupon pálido y siniestro se había abalanzado desde la oscuridad sobre una chica aterrorizada y sus fauces le atenazaban el brazo.
—¡Ha mordido a Rin! —gritó un chico mientras un par de libranceros pasaban velozmente al lado de Zoe y Anden. La ráfaga del subfusil del primer librancero hirió al lupon en un costado, que del dolor soltó el brazo de la chica.
La Interceptor voló hacia la espalda de la bestia y le disparó de nuevo para alejarla de la gente. El segundo librancero, que pilotaba una Comando, cogió el botiquín especial para civiles que llevaba incorporado y se dirigió rápidamente hacia la chica, que en aquel momento estaba tirada en estado de shock y con el brazo sangrando a borbotones.
La Interceptor sobrevoló a la criatura desplomada, pero lo hizo demasiado cerca: en cuanto el piloto se volvió hacia la joven, el lupon herido alzó la cabeza y clavó los dientes en la pierna de la alabarda.
La Comando se puso en pie y, con gran fluidez, apuntó con su rifle de asalto; sus disparos certeros, directos a la cabeza, hicieron que la bestia cayera inmóvil. Zoe relajó la fuerza con la que había agarrado a Anden.
Cuando dos libranceros más se acercaron para ayudar a sus compañeros, Zoe reparó en la cara pálida de su hijo y lo abrazó.
—No les pasará nada, ¿verdad, mamá? —susurró contra su hombro.
—Eso espero. Los libranceros han llegado rápido hasta la chica, y ahora tienen refuerzos.
—¿Y la Interceptor? Se supone que las alabardas les protegen, pero... había mucha sangre.
—Supongo que mañana esa alabarda será la primera que aparezca en el taller. Y el librancero... Bueno, Jameson es un tipo duro, y habría sido peor si Richards no tuviera tan buena puntería.
Zoe le puso la mano en la barbilla y le levantó la cabeza con delicadeza: —Es su trabajo. Los lupones, la sangre... Todo. Seguramente, esa no será la alabarda más destrozada que tenga que reparar mañana.
Anden tragó saliva.
—Me preocupo por ellos todos los días, y cuando te imagino a ti ahí fuera... —Zoe lo envolvió de nuevo en sus brazos—. A una madre le cuesta hacerse a la idea.
Anden le devolvió el abrazo y después se giró para que ambos se quedaran mirando la hoguera, el uno al lado de la otra.
—Creo que ahora lo entiendo mejor, mamá. —Anden miraba fijamente las llamas—. ¿Todos los lupones son así de grandes?
—He oído hablar de otros más grandes, pero alguno de los libranceros podría decírtelo seguro.
Oyeron unos pasos pesados sobre la grava tras de sí; cuando se volvieron, vieron que una alabarda Comando con varios trozos especialmente limpios y brillantes se dirigía hacia ellos.
—Ya me había parecido que eras tú, Zoe. ¿Estáis bien los dos? —preguntó.
—Sí, Jak, gracias por preguntar. ¿Cómo tiene Jameson la pierna?
—Bueno, es algo más que un rasguño, pero he visto cosas peores. Hubo una vez que... —Una mirada rápida a Anden, que todavía estaba pálido, detuvo su anécdota—. Vaya, ¿este joven es tu Anden? Ya no es el renacuajo que yo recuerdo —dijo con una sonrisa.
—Sí, señor, yo soy Anden. Y tú eres Jak el Afortunado, ¿verdad? —dijo Anden, dedicándole una sonrisilla nerviosa—. Mi madre me ha contado historias sobre ti.
—Puedes deben de ser buenas, porque soy su librancero favorito. —Jak le guiñó un ojo y luego reparó en la máscara de Coloso que el chico todavía tenía agarrada con fuerza—. Tienes un casco la mar de guapo.
Anden bajó la vista, como si se hubiera olvidado de que lo tenía: —Oh... Gracias. Mi madre lo hizo casi entero. —La mirada de Anden se fue hacia la chica herida; los que la transportaban sobre una camilla pasaron justo por su lado.
—Lo acabó él solo esta tarde mientras yo estaba en el taller —dijo Zoe con una sonrisa—. Es la primera vez que viene a esta hoguera y quería causar buena impresión.
—Pues vaya anécdota podrás contar sobre tu primera hoguera aquí fuera —dijo Jak con ironía—. Menos mal que has hecho un casco de Coloso; no nos vendrían mal unos refuerzos.
—Quizás más adelante... —contestó Anden. Levantó la mirada hacia Zoe y compartieron una sonrisa triste.
—Bueno, pues cuando estés listo, estarás en buenas manos. —Jak el Afortunado puso una mano amistosa sobre el hombro de Anden—. Nadie conoce las alabardas como tu madre. Ah, por cierto, Zoe, gracias por los arreglos de esta tarde.
—Lo que sea por mi librancero favorito.
Jak sonrió.
—Más vale que me vuelva a currar. —Cuando se fijó en la expresión de Anden, añadió—: Sé que has tenido un susto, chico, pero recuerda que por eso estamos ahí fuera. Ellos siguen vivos y nosotros también. Sobrevivir a las batallas es lo que nos hace más fuertes.
Anden se quedó en silencio un momento, pero después asintió con firmeza.
—Así me gusta —dijo Jak inclinando la cabeza—. ¡Que tengáis valientes fiestas los dos!
Anden observó cómo Jak retomaba su patrulla con mirada seria, y Zoe esperó que la preocupación en los suyos no fuera demasiado evidente: —¿Qué? ¿Nos vamos a casa, cielo?
Anden se volvió hacia ella y le sostuvo la mirada por un momento.
—Aún no. —Levantó la barbilla con un toque desafiante que consiguió que la inquietud de Zoe diera paso al orgullo—. ¿Antes me has dicho que la sidra era fresca?
—La mejor de todo el año —contestó ella con cariño—. ¿Vamos?
—¡Ah, un momento! Casi se me olvida... —Anden empezó a abrir su mochila, pero se quedó a medias—. No sé, a lo mejor ahora es una tontería, pero... este es el motivo por el que he llegado tarde.
—No te preocupes por eso, no pasa... —Zoe se quedó mirando la máscara que sostenía Anden; su color turquesa resplandecía a la luz de la hoguera.
—¡Qué color tan bonito! Oye, ¿esa no es...?
—Sí, es mi máscara de Comando vieja. Me supo mal que tú te quedaras sin máscara para la hoguera por haberme estado ayudando. Vi la pintura que habías comprado cuando cogí la naranja para mi casco y pensé... bueno... Siento que no sea una nueva.
Zoe notó que se le humedecían los ojos: —Anden, es preciosa. Muchísimas gracias.
Una sonrisa vergonzosa se dibujó en la cara de Anden: —No hay de qué, mamá.
Zoe se secó los ojos rápidamente y se puso la máscara sobre la cara: —Creo que tendríamos que comprarnos unas mazorcas caramelizadas para acompañar a la sidra. Así podremos presumir de máscaras en dos colas distintas.
—Me parece bien —dijo Anden, poniéndose el casco. Enhebró su brazo en el de su madre y avanzaron hacia los puestecillos, con los colores de sus máscaras bailando al son del fuego titilante.
Agradecimientos especiales: Brianne Battye, Ryan Cormier, Mary Kirby, Cathleen Rootsaert, Jay Watamaniuk, Patrick Weekes y a mis niños, con amor.